Estoy inmersa en mis pensamientos cuando suena el timbre. Salgo corriendo hacia la puerta, pero regreso sobre mis pasos para mirarme en el espejo. Me coloco un poco el pelo con los dedos y voy a abrir.
Y allí está él de nuevo, con una camisa blanca, unos vaqueros y una sonrisa preciosa que le ilumina toda la cara.
—¡Hola Pablete!—Le abrazo.
—Hola mi niña.
—Ven, pasa, que te enseño la casa.
Le conduzco por toda la casa, dejando mi habitación para el final.
—Ven, ahora vamos a mi habitación.
Le llevo hasta allí. Pablo se queda mirando las paredes, cada rincón, los pósters en el que aparece un tal Pablo Alborán de mirada inexpresiva si la comparas con los ojos que ahora estaban fijándose en cada detalle de mi habitación. Llaman al teléfono de casa.
—Ahora vengo, voy a cogerlo. —Le sonrío.
Me pregunto qué pensará Pablo sobre mi habitación... Es en uno de los sitios donde se puede ver la personalidad de la gente. Me llamaba una amiga para quedar esta tarde. Puse una escusa y colgué.
Cuando volví, Pablo estaba en frente del corcho, escribiendo algo en el calendario con un rotulador rojo.
Me acerco a él por detrás y me fijo en lo que ha trazado. Ha dibujado un corazón sobre el día de ayer, en el que había una nota que ponía "Galileo Galilei".
Me quedo mirando el calendario. Esperaba una explicación. Quizás era el día en el que empezamos a salir y yo aún no lo sabía. Era el momento de comprobarlo.
—Pablete, ¿qué significa ese día para ti?—Aún estoy detrás de él, mirando al calendario. Estaba realmente nerviosa.
—Ayer...fue el día en el que supe que tu también me querías.
Se gira lentamente y mi mirada se encuentra con la suya. Me quedo sin palabras, sin saber cómo reaccionar. Pero él si sabe. Me acaricia la mejilla y me besa. Lenta pero pasionalmente. Se me erizan el vello de la nuca.
Nos sonreímos los dos.
—¿Qué estabas haciendo antes de que yo llegara?
—Pues estaba sentada en la ca...—Medio segundo después Pablo ya está sentado en la cama, alargándome la mano para que me sentara con él. Nos reímos los dos y me siento a su lado.
—¿Cómo se llama tu amigo?
—¿Mi amigo?—No sabía de que me hablaba.
—Sí, ese rubio...
Le pongo una cara rara, haciéndole saber que no tenía ni idea de a dónde quería llegar. Pablo se empieza a reír.
—El pez amarillo—Se sigue riendo.
—¡Ah! Qué tonto eres...—Me río con él.—Se llama Caramelo. Le tengo desde hace bastante tiempo. Parece que no, pero se le coge cariño. Siempre que necesito aclarar ideas observo como nada.
Pablo me mira y sonríe.
—Yo tengo dos perros.
—Sí, Simón y Trampi.
—No es justo, tú sabes todo sobre mi vida y yo no se nada. Estamos en desventaja, así que...cuéntame cosas sobre ti.
Me empiezo a reír mientras él se acurruca en la cama poniendo cara de interesante para que le cuente cosas.
—Pues a ver...Me llamo Marina, ¿eso lo sabías? —Me río — tengo dieciocho años, he terminado bachillerato de ciencias con unas notas excelentes pero para mis padres nada es suficiente. Tengo un hermano de 15 años, se llama Alex. —Dudo si decírselo o no. Prefiero no ocultárselo — Siento decirte esto, pero no le caes bien.—Pablo levanta una ceja.— En realidad creo que te tiene envidia. La convivencia en mi casa es muy complicada. Desde que tengo doce años he tenido que aprender a cocinar y a manejarme completamente sola porque mis padres se van a menudo de viaje de negocios, a veces de hasta dos semanas. Siempre se llevan a mi hermano con la escusa de que él es más pequeño. Me he criado prácticamente sola. Y aquí me tienes...
Nunca le había contado esto a nadie. Todas mis amigas lo sabían, pero porque lo habías visto. Contado por mí me daba cuenta de lo desgarrador que sonaba.
Pablo me mira con la boca abierta.
—Uau... No me lo habría imaginado nunca. No sé si sería capaz de ser feliz estando en tu situación. Yo estoy acostumbrado a que en mi familia todos seamos una piña. Eres muy valiente...
—Tranquilo, no te compadezcas de mí, que lo llevo bien.—Le sonrío.—¿Sabes? Nunca le había contado así esto a alguien. Me inspiras confianza. Bueno, al fin y al cabo tú no me conocías, pero yo a ti sí.
—Sí, en eso tienes razón. ¿Hacemos una ronda de preguntas?
—Vale, ¿cómo va?
—Uno pregunta y el otro responde—Me sonríe.
—¡Empiezo! —Me río. Tengo una pregunta en mente desde hace tiempo y este es el momento perfecto para dejarla ir. —Pablete, ¿por qué yo?
Pablo se queda en silencio unos segundos, manteniéndome la mirada. Por un momento pienso que no ha entendido la pregunta, pero no es así.
—Me colé por la puerta de atrás, pero no preguntes de donde vengo, me he perdido dos veces y me he dejado llevar, por lo que sentía por dentro, encontré tu perfume y el aire me lo llevó hasta meterse en mi cuerpo...
Canta el estribillo de Me colé por la puerta de atrás. Tengo la piel de gallina y los pelos de punta. Le enseño el brazo para que lo compruebe.
—Con que un flechazo, ¿eh?—Le respondo entre risas.
—Así es. ¿Y... por qué yo?
—Bueno, a mí me dio el flechazo hace tiempo, cuando le di al click a "Solamente tú en mi casa".
Ahora es él el que me enseña el brazo con la piel de gallina. Nos volvemos a reír.
—No tenemos remedio...
Nuestras risas se apagan y nos quedamos los dos en silencio, mirando hacia delante.
—Pablo...¿no crees que hemos ido un poco rápido? No sé, hace una semana yo era una completa desconocida para ti...
Se queda pensativo.
—¿Hace falta ir más despacio cuando te vuelves adicto a una sonrisa?
En ese momento, la sonrisa a la que Pablo es adicto no puede ser mayor, y la suya tampoco.
Pone su mano en mi mejilla y acaricia con el pulgar mis labios, mientras yo le miro. No hay mirada más dulce que la suya. Cierra los ojos lentamente mientras sus labios rozan los míos para terminar en un tierno beso.
En ese momento, llaman al timbre. Los dos damos un respingo y nos mirados asustados. La situación me recuerda a la que vivimos en la furgoneta el día que me conoció.
—¡Corre, corre, corre! ¡Métete en el armario! ¡No pueden verte aquí!
Pablo se empieza a reír pero yo le beso en los labios para que no hiciera ruido. Dicen que la mejor forma de callar a alguien es con un beso. Y sí, a Pablo le gustó. Se muerde el labio mientras yo le empujo hacia el armario en el que acaba entrando.
—No te muevas de ahí y no hagas ruido...
Oigo la risa de Pablo que está haciendo todo lo posible para que no suene mucho.
Salgo corriendo hacia la puerta. Era la amiga que me había llamado por teléfono. Se aburría y me había venido a buscar. Dije que me dolía un poco la cabeza, que no saldría.
—¿En serio? Pues estás muy contenta como para que te duela la cabeza.
Era cierto, no podía ocultar mi sonrisa.
—Ya, es que estaba viendo una peli de risa, tienes que verla, es genial.
—Ya, bueno, sí, lo que tu digas. ¿Y esta noche sales?
—Si se me pasa el dolor de cabeza sí.
—Vale, me llamas.
—De acuerdo, ¡hasta luego!
Cerré la puerta y salí corriendo para sacar a Pablo.
Le abro la puerta y el sale con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y esa felicidad?
—Olía a ti por todas partes...—Tiene cara de estar en las nubes.
—Qué tonto eres...—Nos empezamos a reír los dos.
Su mano roza mi mano, sus dedos se entrelazan con los míos mientras que su mano libre recorre mi espalda. Le abrazo. Le abrazo con fuerza, apoyando mi frente en el hueco de su hombro. Levanto levemente la cabeza y me besa. Sin prisas, pero sin pausas. Con amor, con mucho amor.
No sé si soy yo la que está dando vueltas o el mundo está del revés. Me imagino a mí misma como un dibujo animado con corazones rojos que giran al rededor de mi cabeza, como una niña saltando de nube en nube con pajaritos amarillos revoloteando a mi alrededor, rodeada de rosas, tartas de nata y guindas. Cientos de mariposas de colores parecían aflorar en mi interior.
Sí, estaba enamorada.
Me ENCANTO! Un beso
ResponderEliminar¡Gracias! Un besito
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