domingo, 28 de octubre de 2012

19. Maldita sonrisa.

Todo marchaba bien, nos estábamos divirtiendo y no había vuelto a ver a Sergio desde que le saludé. Además, la música que ponían me encantaba, incluso habían puesto Te he echado de menos. Y por supuesto, todo el mundo me miró y vino a avisarme de que estaba sonando Pablo Alborán. Me hace gracia que lo hagan, sobre todo porque vienen a decírmelo como si yo no me hubiese dado cuenta de que estaba sonando cuando en realidad soy capaz de reconocerla en los dos primeros segundos.

—Rocío, acompáñame a pedirme algo a la barra, que tengo sed.
—¡Voy!
—Decidme, ¿qué os pongo?—Incluso habían contratado un camarero para la fiesta.
—Una Coca-cola, por favor.
—¡En seguida!

El camarero me sirve la Coca-Cola y le añade dos hielos. Alargo el brazo para agarrar el vaso, pero me giro bruscamente cuando siento que alguien me acaricia la cintura. Sergio. ¿Es que nunca se va a cansar?
—¿Pero qué haces?
—¿Qué pasa? ¿No te gusta?—Otra vez esa sonrisa.
—Sergio, por favor, déjame en paz.
—Sí, sí. Hasta ahora.

La verdad es que me quedo perpleja. Se ha ido sin decir nada, quejarse o mandarme a la mierda directamente. Me alegro de que por un momento lo haya entendido. Aunque me descoloca un poco ese 'hasta ahora'... Sigo pensando en ello mientras miro a un punto fijo, a la vez que doy un sorbo. Noto un gusto raro, extraño. Supongo que será el hielo, nada importante. Seguimos bailando y charlando.

Pasan los minutos. De repente, empiezo a notar un calor asfixiante. Se me acelera la respiración. Me estoy agobiando, así que busco un sitio donde sentarme, un poco aislado de la gente. Por un segundo me da la  impresión de que se me nubla la vista. ¿Qué me está pasando?
Intento enfocar a la gente y no soy capaz. Todo son figuras borrosas e inestables que se empiezan a tambalear. Suspiro. Noto el latido de mi corazón, ahora acelerado, en la sien. Las figuras se abalanzan sobre mí dando vueltas a mi alrededor. Cierro y aprieto los párpados. Nada. Siento que me pesan demasiado. Cierro los ojos. Siento que me inclino hacia la derecha. Intento ponerme recta, pero no controlo mi equilibrio. Oigo la voz de Rocío, y siento una presión en los hombros. Me está zarandeando. Abro los ojos, y detrás de ella puedo reconocer algo. La sonrisa de Sergio.

Pierdo la noción del tiempo y del espacio.

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