jueves, 3 de enero de 2013

25. Todo se reduce a miedo


La cara de Pablo es indescifrable, inexpresiva. Se apresura a llamar al ascensor para subir juntos a la habitación. Yo le sigo en silencio, intentando procesar la información sin adelantarme a acontecimientos ni que la imaginación brote y de lugar a malentendidos. Solo se respira tensión y nervios en el ambiente. ¿Qué le pasa?
Pablo mueve las manos nervioso. Decido romper el silencio, no soporto este suspense mucho más tiempo.
—¿Por qué no me has dicho que ya habías estado aquí? ¿Hace cuánto viniste?
—Al rededor de un mes.

Quizás la recepcionista me ha mirado así porque se ha extrañado de que el mismísimo Pablo Alborán viniera con una chica diferente al mismo hotel.

—¿Por qué estás así? —Mi voz suena tranquila y apaciguadora.
—¿Así cómo?
—Te has puesto nerviosísimo cuando la recepcionista ha dicho "para dos, como la última vez."
—Estuve aquí con Marta hace un mes.

Al menos sé que es Marta y no otra. Intento ser razonable y ponerme en su lugar. Yo estoy tranquila. No me importa que hace un mes haya estado con alguien aquí, aunque reconozco que me incomoda un poco. Lo que importa es que ahora está aquí, pero conmigo.

—Pablo... Marta pertenece al pasado. No puedo culparte de que hace un mes estuvieras con Marta... Aunque nos podríamos haber ahorrado esto si hubieras elegido un hotel diferente.
—Tú  no lo entiendes.
—¿Me lo vas a explicar? —Suspira. Se abren las puertas del ascensor. Pablo saca las llaves del bolsillo trasero de su pantalón y se apresura a girar la cerradura de la habitación, haciendo que el choque del llavero y de la llave de repuesto produzca un tintineo. La puerta cede y queda una rendija por la que sale luz procedente del interior de la habitación.
—Verás...—Empieza.— Hace tan solo un mes yo seguía con ella. Las cosas empezaron a ir mal, discutíamos y no había caricias ni besos. Lo hablamos y llegamos a la conclusión de que los dos necesitábamos un tiempo. Y en ese tiempo a Cupido le dio por lanzar una flecha —noto como se va relajando a medida que lo va contando.— que nos atravesó a ti y a mí. Sentía que entre Marta y yo se había acabado el amor, y que entre tú y yo estaba floreciendo algo mucho más fuerte. Así que puse fin a mi relación y me volqué en que esto saliera bien.
—¿Y que tiene que ver todo esto en que hayas actuado así? Me habías asustado...
—La dejé a ella por ti. Durante estos días Marta me ha estado agobiando mucho. Me llama, me dice que no me olvida... Siempre he dicho que me llevo muy bien con mis ex, pero Marta no quiere ser mi ex. Yo también necesitaba desconectar de esto, contigo. Y ahora llega la recepcionista y me recuerda que estuve aquí con ella... No sabía como ibas a actuar tú al oírlo, y no quiero que contigo pase lo mismo que con Marta. Quiero mantenerte alejada de toda la multitud y del agobio...
—Te quiero, ¿entiendes? No me iba enfadar contigo. —Pablo parece agobiado, pero en este arrebato de sinceridad es el momento para decir lo que pienso. —Por un momento creí que la seguías queriendo...Sabes que aún no sé qué has visto en mí, no me parecería nada raro que volvieses con ella...que recapacitaras y pensaras que esto estaba mal—Pablo abre mucho los ojos.
—Marina, estos días han sido los mejores de mi vida. No me arrepiento de absolutamente nada y doy gracias a quien tenga que darlas por estar hoy aquí contigo. —Nos mantenemos unos segundos en silencio, simplemente mirándonos a los ojos.
—Todo se reduce a miedo. —Pablo sonríe al comprobar que lo he entendido. —Pero prométeme que la próxima vez me lo contarás. Me considero bastante comprensiva, sé escuchar. Alguien me dijo una vez que la base de las relaciones es la empatía, la comunicación y la sinceridad.—Pablo asiente dándome la razón.
—Prometido. —Se acerca a mí y me abraza, estrechándome en sus brazos y acariciando mi espalda. —¿Preparada para ver la habitación?

Me da la mano y entramos a la vez. Vaya... es preciosa. Me encanta la decoración, y en seguida voy analizando la sala. Las pareces son totalmente blancas y el suelo es imitación de madera. Todos los muebles son  negros con transparencias y cristales. Es muy simple y moderno, pero a la vez acogedor. Nada más entrar hay el típico mueblecito donde se dejan las llaves y colgado encima de él, un espejo.
Miramos los dos al espejo a la vez, viéndonos reflejados, y se nos forma en la cara la misma sonrisilla tonta. Me abraza por detrás y nos quedamos así unos instantes...
—No me gusta nada discutir contigo, con lo guapa que estás cuando sonríes...—Me dice pegado a mi oído.
—A mí tampoco, odio que discutamos. En cuanto a lo de estar guapo... te pones muy atractivo cuando estás serio. —Dejo escapar una carcajada y a Pablo le cambia la cara por completo. Frunce el ceño y la sonrisa de su cara desaparece. —A ver, no quiero decir que me guste que estés serio, pero te pones muy guapo, más todavía si cabe...
—¿Así que así te gusto más?—Sigue serio.
—Si es posible que me gustes más de lo que ya me gustas, entonces sí.

Se lanza a mis labios y me roba un beso intenso...muy intenso. Parece que el papel de malo le sienta bien. Lleva sus manos a mi chaqueta y me la quita, dejándola caer a nuestros pies. Acaricia mi cintura con sus manos y...suena mi móvil. ¡Arg! ¿Tenía que ser justo en este momento? Lo saco del bolsillo de mi pantalón y enmudezco en cuánto veo quién es.

—¿Qué quieres?—Mi voz suena seca. Pablo se sorprende del cambio de actitud que he dado en un momento. Al otro lado de la línea telefónica suena la voz de Sergio. Nadie como él podría estropearme este momento.
—¿Dónde estás?
—¿Y a ti que te importa?
—Te estaba buscando para acabar lo que empecé.

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