domingo, 16 de diciembre de 2012

21. Picarón


Estará preocupado. No sé ni yo como me siento, así que no me veo capaz de contárselo. Tampoco sé como reaccionaría. Lo primero de todo es calmarse, respirar hondo y pensar.
Mi teléfono vuelve a sonar. Si no contesto se preocupará más, y no se lo merece. Cojo aire y...
—Buenos días
—Mi niña, me tenías preocupado. ¿Estás bien?
—Sí, sí. Soy una marmota y me acabo de despertar—Finjo un bostezo.
—¿Seguro que va todo bien? ¿Qué tal anoche?—Debe tener un sexto sentido o algo...
—Sí, de verdad. Muy bien, aunque me vine más pronto de lo normal. Tenía tu voz repitiéndome "ten cuidado, ten cuidado". —Se oye una carcajada al otro lado de la línea.—Y la verdad es que no me apetecía demasiado estar allí...quería estar contigo.
—Uau... ¿Entonces quieres estar conmigo?
—Sí. Aquí y ahora.—Silencio.—¿Pablo?

Ha colgado. ¿Le habrá molestado algo? Me quedo pensativa.
Conociendo a Pablo... —Suena el timbre.— ...Ese debería ser él. Esbozo mi mejor sonrisa y salgo corriendo a recibirle, dando saltitos como una niña con una piruleta roja en forma de corazón.

—¡Pabl....!
Pablo no, idiota. Debería pensar las cosas antes de decirlas. Sergio.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Vienes a reconocer que fuiste tú?—Mi estado de ánimo cambia en un instante.
—¿Pablo? ¿Quién coño es Pablo? Así que estás esperando a alguien...
—No te metas donde no te llaman. ¿Por qué lo hiciste? ¿Qué pretendías?—Saco el móvil del bolsillo del pijama. No descarto la idea de llamar a la policía.
—Lo       que         me        diese       la      gana     contigo. —Hace pausas entre las palabras para darle más énfasis. No me lo puedo creer. Tengo miedo.
—¿A QUÉ HAS VENIDO? FUERA DE MI VISTA.—Aprieto mis puños.
—No te preocupes. Ya nos veremos.

Me dedica una última de sus sonrisas y se aleja sin más. Otra vez con un "ya nos veremos".
Estoy aterrorizada. Afortunadamente, he aprendido a base de decepciones y problemas a auto animarme y centrarme solo en las cosas buenas. La verdad es que me viene muy bien en estos momentos, porque calculo que Pablo llegará dentro de diez minutos y si me ve mal empezará a hacer preguntas... y a él soy incapaz de mentirle. Una ducha rápida me vendrá estupendamente.
En tres minutos ya estoy envuelta en la toalla. Mierda, suena el tiembre. ¿Tan pronto? Le han sobrado siete minutos. Si que tenía ganas de verme... Sonrío para mis adentros.
Voy corriendo hacia la puerta, pero antes echo un vistazo por la mirilla. No quisiera cometer el mismo error dos veces. Afortunadamente, es Pablo. Lo sabía...

—¡Pablo! Sabía que vendrías—Le grito desde el otro lado de la puerta, aún cerrada.
—¡Mi niña!
—¿Te importa esperar un minuto fuera? Es que me acabo de duchar y solo llevo la toalla.
—Por mi no te cortes...¿eh?—Pone un tono picarón y después se ríe.
—En ese caso... —Abro la puerta lentamente con una mano, y con la otra me sujeto la toalla. La sonrisa de Pablo al verme no tiene precio. Se lanza a mis brazos y mi pelo empapado moja su cuello formando pequeñas gotitas en su piel. Lástima que yo no pueda abrazarle. Mi subconsciente piensa: o el abrazo, o la toalla. Y la verdad es que sería demasiado vergonzoso que se me cayera la toalla. O no...
Pablo nota que estoy algo tensa.

—Estás preciosa...—Acaricia mi hombro, mi piel húmeda con olor a vainilla del gel. Inmediatamente me siento más relajada. ¿Siempre tiene las palabras perfectas? Me ruborizo sin saber qué decir. Si supiera lo que Sergio ha querido hacer conmigo... Una oleada de ira me invade.
—Marina, ¿estás bien? Te noto distante conmigo.
Rápido, Marina llamando a cerebro, Marina llamando a cerebro. Necesito una escusa convincente YA.
—Considerando que estoy delante de Pablo Alborán y solo estoy vestida con una toalla... —Me río y él se une a mi risa. La jugada me ha salido bien.
Se acerca a mí, me coge como si fuera una princesa y me conduce hasta mi habitación. Me tumba en la cama y se pone delante de mí, a centímetros de mi boca. Me besa, me besa con pasión, cerrando los ojos y dejándose llevar.
—Ahora ya no hay problemas.... —habla con una voz muy sensual. Se aparta de mí. —Ya estás en tu habitación, ya te puedes vestir—Se ríe. Le miro ensimismada, incapaz de reaccionar.—Yo me quedo aquí. Prometo no mirar—Me saca la lengua.
—Gamberro... —Y me río con él. En mí no queda ni rastro de lo que acaba de pasar con Sergio. Es increíble que me haga olvidarme de los problemas de esta manera...
Me levanto ágilmente de la cama y me dirijo hacia el armario, en el que hay un espejo. En él veo reflejado a Pablo sentado en la silla con ruedas, con un ojo cerrado y otro entreabierto. Plan malvado a la vista. Hago que me quito la toalla, dejándola caer levemente de un hombro. Pablo sonríe, pensando que no le veo. Hago lo mismo con el otro hombro. La verdad, ahora mismo no sé si quiero que me vea o que no. Aunque sí sé lo que quiere él. Gamberro..
—Pablo...
Aprieta los ojos y mueve la cabeza, fingiendo que no sabe de dónde viene la voz, aunque no puede ocultar una media sonrisa.
—¿Si?
—Tú no me estás viendo...¿verdad?
—No. —Avanzo hacia él.
—Entonces no sabes dónde estoy, ¿no?
—No...—Me coloco a su lado.
Pensaba acercarme a él y darle un beso, que claramente esperaba porque me está viendo. Pero de repente me rodea por la cintura y me sienta encima de él, abrazándome. Su ropa se impregna de olor a gel de vainilla, y mi piel se impregna de su olor. Juntamos nuestras frentes... mi nariz roza la suya.
—Te quiero.—Le susurro.
Pablo se estremece y se le pone la piel de gallina. Me da un tierno beso en los labios...
—Ahora te giras, ¿por favor? —Pongo cara de niña pequeña, y él se ríe dándose la vuelta.
Ahora sí, me visto tranquilamente. Pablo chasquea la lengua y yo me echo a reír. Cuando ya estoy lista cojo un cepillo y intento darle forma a mi pelo, que rebelde se resiste a amoldarse.

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