viernes, 31 de agosto de 2012

12. ¿Qué somos?

Perezosa y agitada mañana de domingo. Me despierta el ruido de algo arrastrándose por toda la casa. Analizo los sonidos, aún sin abrir los ojos. Efectivamente, son maletas. Perfecto, se van de vacaciones.
No sé qué pensar. Mi propia familia no cuenta conmigo para irse juntos a la playa, aunque si lo miro por otra parte, me alegro de que no lo hayan hecho. No soportaría un día todos juntos con el ambiente que hay. Además, así podría estar con Pablo sin preocuparme de ellos durante una semana entera.
Mi madre abre la puerta de mi habitación.
—Marina, ¿estás despierta?
—Ahora sí.
—Nos vamos a Huelva de vacaciones, tu hermano también viene. Volvemos el domingo después de comer. Ya sabes arreglártelas sola. Cuídate.—Me da un beso en la mejilla y sale de la habitación.
Oigo como salen de la casa y cierran la puerta detrás de ellos.
Me lo imaginaba. Ni me han preguntado por el show, y mi hermano y mi padre ni siquiera se han dignado a entrar a despedirse. Al menos yo no soy como ellos y espero que disfruten de las vacaciones.

Intento no rayarme, no darle importancia, pero sé que este tema me puede. Necesito pensar en otra cosa. Pensaré en Pablo.
Ahora me invadían las típicas dudas que tienen dos personas al principio de una relación: ¿Qué somos?
Si es que llegamos a ser algo... Por mi parte, no ha sido solamente un beso apasionado...pero ¿por la suya?
Necesitaba aclarar todas esas dudas. Pero yo no me siento con la confianza suficiente como para mandarle un WhastApp y quedar. Tengo que buscar soluciones...
Al parecer, Pablo me lee la mente y mi móvil vibra.
"Buenos días pequeña."
"Buenos días Pablete"
"¿Te apetece quedar dentro de un rato?"
"Por supuesto. ¿Qué sueles hacer en las mañanas de verano?"
"Salgo a correr. ¿Te apuntas?"
"Por mí perfecto."
"¿Dónde quedamos?"
"Mis padres ya se han ido de vacaciones, así que puedes pasar a recogerme a mi casa"
"Vale, en un hora estoy allí."

Me levanto de la cama de un salto y levanto la persiana, tengo que prepararme. Hace un día precioso.

"¡Nos vemos Pablete!"
"Hasta luego mi niña"

Se nota que ni él ni yo somos de hablar por WhatsApp. Preferimos a la cara, dónde se puedan ver los sentimientos y reacciones de la otra persona. Dejo el móvil y me pongo a desayunar. Tendré que ir a comprar antes del miércoles o me quedaré sin reservas. Ahora que estaba sola se respiraba una tranquilidad en casa que nunca se hubiera conseguido si mi hermano merodease por ahí.

Puse el acústico de Pablo a todo volumen y me vestí. Me puse unos pantalones blancos cortitos de hacer deporte y una básica negra de tirantes. Aproveché que todavía me quedaba tiempo para ordenar un poco toda la casa.
Son las doce menos tres minutos y suena el timbre. Me sorprende que sea puntual, porque Pablo siempre llega justo de tiempo a todas las entrevistas. Aunque supongo que cuando llega tarde son por temas externos a él.
Una sensación extraña me recorre de arriba a abajo. Estoy nerviosa, sí. Al fin y al cabo sigue siendo mi ídolo y todavía no he asimilado todo lo que me está pasando. No sé si asimilarlo me vendrá mejor o peor.
Respiro hondo y abro la puerta. En mi cara se dibuja una de mis mejores sonrisas solo con verle.
Lleva sus gafas de sol, un pantalón de hacer deporte por la rodilla, una camiseta blanca normal y corriente y el pelo ligeramente despeinado. Se me hace raro verle en chándal, pero está guapísimo.
—¡Buenos días pequeña!
—¡Buenos días Pablete!—Nos damos dos besos.
Pablo sonríe al reconocerse en la música, porque el CD de En Acústico todavía no había acabado.
—¿Ya estás lista?
—Sí, voy a parar la música y en seguida salimos.
Salimos de casa.
—¿Hacia donde vamos Pablete?
—Por aquí cerca hay un parque precioso y muy tranquilo.
—Perfecto, ¡vamos allí!
Se me notaba en la voz que estaba ilusionada. Y a él también, aunque parecía un poco inseguro. Estaba raro...
Pasamos una hora corriendo. Casi no podíamos hablar porque íbamos a un paso demasiado rápido.
Fue una buena experiencia, sobre todo al lado de Pablo. Solo era capaz de oír su agitada respiración. Me ponía la piel de gallina.
Volvimos a casa. Yo quería pasar más tiempo con él. Además, aún no sabía qué eramos, ni lo que él quería...
—¿Te apetece quedarte a comer? Estoy sola en casa.
—Me tengo que duchar y cambiarme de ropa. ¿Quedamos después?
—Vale, sí, mejor.
—Vengo aquí a las cinco.
—Perfecto.—En casi un impulso, un acto casi involuntario, le doy un beso en los labios. Rápido, fugaz. Ni siquiera lo había pensado, me había salido solo. Necesitaba sus besos. Pablo se quedó un poco sorprendido, pero su sonrisa se ensanchó.
—Hasta luego pequeña.—Se fue alejando  hacia su coche, pero antes de montar en él se da la vuelta y me tira un beso, sonriéndome.

Cierro la puerta de casa y me quedo apoyada en ella desde dentro. No hay manera de consiga creerme que todo es real.
Me ducho, me cambio de ropa y preparo la comida. Como tranquilamente y dejo todo recogido. No tenía prisa, había tiempo suficiente. Ahora eran las cuatro de la tarde, todavía quedaba una hora para ver a Pablo.
Voy a mi habitación y coloco los cojines de mi cama formando un respaldo sobre la pared. Ahora la cama parece un sofá. Decido ver la tele mientras espero a Pablo.
Tan solo pasaron diez minutos cuando me di cuenta de que no le estaba prestando atención a la televisión. Estaba pensando.
Antes de ver a Pablo, necesitaba aclarar las ideas. Esta mañana ha estado un poco raro, pero si ha quedado conmigo es por algo... quizás quería decirme que no somos nada, pero no ha visto una oportunidad para decirlo. Estoy confusa. Tal vez esté siendo demasiado negativa...o realista.

viernes, 24 de agosto de 2012

11. Miradas de enamorados.

Terminamos nuestro segundo beso sonriendo los dos a la vez. No existe mejor sabor que la risa de otra persona en tu boca.
Me mira. Supongo que no sabe por qué he actuado así. Primero me he alejado pero después he vuelto sobre mis pasos para besarle. Así son las batallas entre el corazón y la razón.
Nos abrazamos. Cierro los ojos y sonrío. Noto que Pablo se empieza a reír en mi oreja.
—¿De qué te ríes?
—De que el heladero lleva asomado al cristal desde que hemos salido y lo ha visto todo—Soltamos una carcajada los dos.
A Pablo le brillan los ojos. Nunca he visto tanta dulzura en una persona. Dirige su mirada hacia su helado y a el mío.
—Pues sí que estaba rico el de Caramelo de Alborán.
—Si todavía no lo has probado.
—Sí. En tus labios...
—Tonto... ¿Y si nos acabamos los helados? Te le cambio si quieres.
Vamos hacia un banco que había a unos diez metros, pero antes de comenzar a andar, Pablo se vuelve hacia la heladería y se despide del heladero con la mano.
—Gamberro...—Nos reímos los dos.
Nos acabamos los helados entre risas y miradas de enamorados. Yo apoyo la cabeza en su pecho y él me rodea con el brazo.
—¿Qué vas a hacer mañana?
—No lo sé. Con mis padres cada día es diferente. Creo que estos días han estado hablando de irse de vacaciones, aunque no creo que vaya con ellos. Así que tengo la semana libre. ¿Y tú?
—Si me dejas, estar contigo.—Junta su mejilla a mi cabeza— Esta semana no tengo ningún concierto ni firma. Pásame tu móvil, anda.
—Ahí tienes.—Se lo doy. Pablo sonríe mientras apunta su número.
Ha guardado el contacto a nombre de "Pablete". Sonrío y le doy un beso en la mejilla.
—Ahora dame tú el tuyo.
Guardo mi número como "Mi niña". Pablo suspira y me abraza con el brazo que tenía detrás de mi.
—Me duelen las mejillas.—Le digo.
—¿Y eso?
—De sonreír por tenerte a mi lado.
Entonces, pone su mano en mi barbilla, me inclina la cabeza hacia arriba y me besa de nuevo.
No puedo describir lo que siento cuando me besa, todas las palabras carecen del significado necesario para expresarlo.
Miro la hora del reloj. Doy un respingo.
—Qué tarde es...
—Sí, deberías descansar. Dejarte la voz en el escenario es agotador.
—Lo dices por experiencia, ¿no? Me encantaría haber ido a tu concierto...
—Si hubieras venido puede que hoy no estuviéramos aquí, así que... ¿Quieres que te acompañe al portal?
—No hace falta, no te preocupes. ¿Dónde vas a dormir tú?
—En mi casa de aquí, en Madrid. Está a una media hora en coche de aquí.
—Vale, perfecto.

Nos damos el último abrazo de despedida.
—Buenas noches mi niña.
—Hasta mañana Pablete.

Me voy yendo hacia mi casa. Saco el móvil y lo uso como un espejo para ver a Pablo sin girarme. No se ha movido de dónde lo he dejado y está mirando como me alejo. Decido mandarle un WhastApp.

"Pablete, no me mires el culo."
Aún no me he alejado demasiado y puedo oír la risa de Pablo.
"¿Pero cómo lo has sabido?"
"Jajajajajajajajajajajajajaja anda, hasta mañana gamberro."
"Buenas noches pequeña."

Entro en casa intentando no hacer ruido para no despertar a mis padres.
Estoy realmente enfadada con ellos. No me han ido a ver al show, no me han deseado suerte y me apuesto lo que sea a que mañana no me preguntarán que tal me fue. La situación en casa es complicada.
Me pongo el pijama, y me quedo observando a Caramelo, una vez más.
"Caramelo de Alborán", pienso. Ese fue el sabor de nuestro primer beso. Y sin quererlo, el pececillo ha estado presente ahí, solo por llamarse como el helado. Aunque también puede ser casualidad.
Me meto en la cama y me pongo a pensar.
Hago la valoración de cada día, es una buena costumbre.
Veamos: el show a salido estupendamente, y lo de después mejor todavía. Ahora sí que tengo claro que Pablo me quiere. Ha venido al show solo por mí, me ha traído en su coche y ya nos hemos besado.
Suspiro al recordarlo...
Soy la mujer más afortunada del mundo en este momento. Me siento querida, ilusionada de nuevo. Mi corazón estaba roto en pedazos por heridas del pasado y Pablo se ha empeñado en recomponerlo.
Miro la pantalla de mi móvil por última vez. Mensaje de Pablete.
"Te quiero."
Sonrío.

miércoles, 22 de agosto de 2012

10. Le quiero.

Tengo tantas cosas en la cabeza que no sé ni por dónde empezar. Pero no hay tiempo para pesar. Actuar; esa esa la palabra.
Tengo a Pablo detrás de mí, con la mirada perdida en el suelo. Ni siquiera se ha dado cuenta de que me he parado y dado la vuelta. Siento que le he hecho daño, que le he rechazado. No lo soporto más.
Le quiero. 

Avanzo de nuevo hacia él. Mis pies van decididos por el suelo. No hacen ruido, y Pablo sigue sin inmutarse. ¿Estaría tan perdido entre sus pensamiento como yo? ¿A quién habrá hecho caso él: al corazón, o a la razón? De pronto, tras un paso más hacia él, Pablo levanta la cabeza y mi mirada se encuentra con la suya. Todos los pensamientos que rondaban en mi cabeza se desvanecen. Ahora solo puedo pensar en el contacto frío, por el helado, de mis labios con los suyos.

Se queda mirando, perplejo, como avanzo hacia él, hacia sus besos. Normalmente, si no estuviéramos en esta situación, la otra persona me habría mirado de arriba a abajo, analizando cada detalle, pero él solo me miraba a los ojos.

Estamos a menos de un metro. Por cierto, mi helado de Caramelo de Alborán ha comenzado a derretirse en la tarrina.
Me acerco más, y más. Pablo no habla. Su respiración es tranquila y sosegada. Parece ausente, pero sé que está más vivo y atento que nunca.
Subo mi mano libre a la altura de su barbilla y le acaricio la mejilla. Deslizo mi mano hacia su nuca y entrelazo mis dedos en su pelo. Abarco los centímetros de distancia que quedan entre su boca y la mía inclinándome hacia delante. Ahora sí.

Le beso. Le beso con pasión. Un beso largo, intenso, romántico, como en las películas. Seguro que si alguien nos hubiese visto lo hubiera calificado como uno de los mejores besos de la historia. O al menos eso me parecía a mí.




9. Tus besos, la miel.

No quería separarme de él. ¿Significaba eso que me estaba enamorando? Sinceramente, siempre ha sido mi amor platónico pero nunca había llegado a más. Estaba confusa, pero era lo suficientemente madura como para hacer que no se me notase en absoluto.

Pablo aparcó el coche en frente de la heladería, que estaba a dos manzanas de mi casa.
Antes de bajar del coche nos miramos y sonreímos.
Caminamos juntos hasta la tienda. Pablo abre la puerta y extiende la mano, haciendo el típico gesto de "las damas primero".
—Gracias—Le sonrío.
Dentro olía estupendamente. Caramelo, café, nata, chocolate, menta, canela, vainilla... Aunque nada comparado con el olor fresco y perfumado que desprendía Pablo.
Era tarde, así que la tienda como era de esperar, estaba desierta.
—¿De qué le quieres?—Dice mirando todos los helados. Está tan cerca que el cristal que hay encima de los helados se empaña al contacto con su aliento.
Me quedo observando la escena. Niego con la cabeza. Aún no soy capaz de creérmelo.
—El de stracciatella está delicioso, pero hoy me voy a pedir el de Caramelo de Alborán, ¡a tu salud!—Me río.—En realidad es mi preferido.—Él levanta la vista de los helados para mirarme, y se ríe conmigo.
—¿Caramelo de Alborán? Suena muy bien, ¿no?
—Y sabe mejor. ¿Cuál vas a pedirte tú?
—Mmm...ese de flan tiene muy buena pinta.
—Es tu postre favorito, ¿verdad?
—Sí. En una entrevista me hice el interesante diciendo que eran las fresas con nata, pero no, es el flan. Soy así de simple.—Se ríe.

En ese momento entra el dependiente de la heladería por un pasillo que hay detrás del mostrador.

—Buenas noches, ¿qué desean?
—Hola, ¿nos pones dos helados, por favor? Uno de Caramelo de Alborán y otro de Flan.—Lo pide él.
—¿Cucurucho o tarrina?
Pablo me mira y me deja elegir a mí.
—Tarrina, por favor.—Decido, y Pablo vuelve a mirar al dependiente.
—Aquí tenéis.—Los deja encima del mostrador.

Pablo alarga los brazos y coge las dos tarrinas, una en cada mano.

—Cinco euros, por favor.
—¡Pago yo!—Dice Pablo, y me mira con cara triunfante.
—Si puedes...—Yo ya estoy metiendo las manos en los bolsillos para sacar mi cartera y pagar yo.
—¡No! ¡Marina, no! ¡Por favor, no vale!—Pablo se queja y pone cara de niño pequeño, mientras se mira el bolsillo del pantalón sin poder hacer nada porque tiene las manos ocupadas.
—¡Gané!—Le saco la lengua y me empiezo a reír.
El dependiente se ríe conmigo, y al final Pablo quita esa carita de pena para unirse a nuestra risa.
—Está bien...pero ni una vez más, ¿eh?—Me guiña un ojo.
—Sí, sí, lo que tu digas. Gracias.—Le digo al dependiente.
—A ustedes.
—Buenas noches—Dice Pablo, y salimos juntos de la heladería.

Esta vez soy yo quién le abre la puerta a él, que sigue sujetando las dos tarrinas de helado. Le hago una reverencia exagerándola para que pase, como me ha hecho él antes pero más grande, para picarle. Él suelta una carcajada.
Damos un par de pasos hacia la calle, pero nos paramos porque en realidad no tenemos hacia dónde ir.
—¿Me lo dejas probar?—Lo digo cuando ya casi estoy metiendo mi cucharilla en su helado.
—Sí, pero es mío.—Me lanza una mirada posesiva, pero la medio sonrisa que se le ha formado en la boca le delata.
—Tonto...
—¿Y de qué es el de Caramelo de Alborán? El nombre me gusta, me resulta familiar.
Me río.
—¿De verdad me lo preguntas? Fuiste tú quién hizo la receta.
—¿Si? Pues no lo recuerdo—Me sonríe, esperando a que se lo diga.
Yo meto la cucharilla en el helado y saco un trocito, para después comérmelo mientras vuelvo a clavar la cucharilla en el helado. Noto que se está fijando en mi boca.
—Canta conmigo.—Le sonrío— Besa, besa, besa, besa, besa, con un toque de ternura.—Pablo se sorprende, y me mira curioso—y roza mis labios con dulzura. Y me derrito en su boca, y sus ojillos me miran...
—Me vuelvo loco por ella...—Interviene él, cantando conmigo, clavando sus precioso ojos marrones en los míos.—Quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, que me regale su cintura. Amarrarla en mi barca y navegar, y que nos lleven los vientos, donde nos quieran llevar...
Cantamos ese trozo los dos a la vez, perfectamente acompasados, llevando el ritmo. Él da un paso hacia mí, y yo me quedo en silencio, sin respiración.
—Sabor a caramelo, te adoro, te anhelo...—Cada vez está más pegado a mí.—Sentir la pasión, me derrites con tu olor...

Canta despacio, casi susurrando, mientras yo sigo en silencio. Ya no lleva el ritmo de la canción. De hecho, en cada frase para y respira profundamente. Siento su aliento sobre mi cara.

—Sabor a café es el sabor de tu piel...
Baja un poco la cabeza.
—Tus labios canela...
Estamos tan cerca que mi nariz roza la suya.
—Y tus besos...
Cierro los ojos y me dejo llevar.
—La miel... —Termina, en un susurro casi inaudible.

Es entonces cuando sus labios rozan los míos. Es entonces cuando me besa. Es entonces cuando su lengua se entrelaza con la mía. Es entonces cuando solo soy capaz de escuchar nuestras respiraciones. Es entonces cuando un escalofrío me recorre toda la espalda, e incluso diría que me tiemblan un poco las piernas. Es entonces cuando me siento la mujer más afortunada del mundo.
Me separo lentamente y le miro a los ojos.
Espera. No.

—Pablo...yo...yo n-no...—Doy un paso hacia atrás. Y otro más, pero sigo mirándole a los ojos.
—Marina, Marina.—Doy otro más—Lo siento, perdóname. —Y otro—Marina, lo siento.

Me giro, miro hacia la calle y sigo andado. Doy grandes zancadas.
¿Cómo podía haberme besado? No podía. Es mi ídolo. Y le quiero. Pero...¿cómo ha pasado? No puedo dejar que mi ídolo se convierta en algo más, aunque en el fondo me esté muriendo de ganas.
No puedo. Pablo está demasiado ocupado como para llevar una relación estable, ¿y conmigo? Es imposible. Además, ¿Qué pensarían mis padres? ¿Y mi hermano? Él le odia por encima de todas las cosas y no sé de qué sería capaz si me ve con él. Me haría la vida imposible.
—Marina....—Oigo detrás de mí.
Me llevo la mano a los labios, donde hace unos segundos me ha besado.

Y finalmente, es entonces cuando dejo de lado a la razón para hacerle caso al corazón.

martes, 21 de agosto de 2012

8. Mi vida en tus labios.

En mi cabeza ronda una pregunta, y solo Pablo tiene la respuesta. ¿Qué ha visto en mí? ¿Por qué yo, y tan de repente? ¿Sin habernos visto más días? Aún así, esas preguntas quedan en segundo plano cuando piensas en que tal vez, Pablo me quiere. De todas formas, ha dicho que "cree" que me quiere. Ni él lo sabe.
Seguimos en silencio, con nuestras manos entrelazadas.
Ahora en la radio suena Te he echado de menos.
La reconozco en cuento escucho las dos primeras notas.
—¡Pablete! ¡Tú!
—No me lo puedo creer, has sabido qué canción era antes que yo.
—Es lo que tiene ser alboranista hasta la médula.—Le guiño un ojo— ¿Qué sientes cuando te escuchas en la radio?
—Pues aunque resulte extraño, me sorprendo cuando me escucho a mí mismo. Es una sensación de agradecimiento y de satisfacción...porque cada canción requiere su tiempo en el estudio, y cada una de ellas es una historia que os he contado.
Me quedo en silencio, intentando ponerme en su piel para saber realmente lo que siente.
"Han venido las estrellas a verme cargadas de risas y aplausos, se ha caído el cielo en mis manos y mi vida en tus labios."—Recito.
Pablo me mira sorprendido. Él escribió eso, dedicándonoslo a nosotros en uno de sus viajes a Latino américa. Con ella quería expresar lo que sentía cuando nos veía cantar sus canciones, pedacitos de su vida, de ahí "mi vida en tus labios".
—"Te he dado el amor de mis besos, el canto de un niño enjaulado. Me has dado la llave del alma y has abiertos tus brazos."
Prosigue él, bajando cada vez más la voz, casi susurrando.
—¿Siempre vas a tener las palabras exactas y precisas al hablar conmigo?—Me sonríe.
—Suelo pensar bastante las cosas antes de hablar, pero la verdad, contigo no me hace falta. Digo las cosas tal y como las siento.
Pablo asiente, como si estuviera convenciéndose a sí mismo de que así es como debía ser.
—Gira a la derecha—Le sonrío.
—¿Falta mucho?
—No, ya casi estamos.

En la radio, el Pablo inmutable que seguiría siendo joven para siempre seguía cantando, mientras el Pablo de verdad, el que ahora parecía mirarme queriendo formular una pregunta tarareaba la canción haciendo una segunda voz. 

—Me puede la curiosidad, ¿qué hiciste para que tus padres te prohibieran ir al concierto?
—Mi hermano me dijo que no sabía qué tenías de especial y yo te defendí. 
—Ah... gracias por la parte que me toca, pero... ¿y eso es malo?
—Bueno...digamos que subí un poco la voz. ¡Me quema que se meta contigo!
Pablo suelta una carcajada y yo le miro perpleja. ¿Qué es lo que le hace gracia?
—¿Por qué te ríes? ¡Me quedé sin verte!
—Porque estás preciosa cuando te enfadas. También me hace gracia que me defiendas de esa manera cuando no me conoces del todo.
Me sonrojo, pero intento que no se me note.
—¡Já! Y que lo diga alguien que ha subido a su coche a una completa desconocida... 
Pablo se empieza a reír, sabe que tengo razón. Tarda un poco en responder.
—Pues parece que te conozco de toda la vida. ¿Hacia donde voy ahora?
—Será mejor que me dejes a dos calles de mi casa, porque creo que a mis padres no les haría mucha gracia verme contigo, habiéndome prohibido ir al concierto. Además, ni siquiera les dirijo la palabra... No sé como lo haces, a tu familia y a ti se os ve tan unidos...
—Mi familia es lo mejor que tengo. La parte mala de la historia es que nos unimos a causa de la muerte de mi abuelo. Muchas veces me pregunto si...
—Si estaría orgulloso de ti. No lo dudes.—Le interrumpo.
Me sonríe y suspira.
—¿Donde te dejo?

Realmente no quería separarme de él. Y el cambio de expresión en la cara de Pablo a más triste decía que tampoco quería. No podíamos dejarnos de ver ahora, aún teníamos mil cosas de las que hablar, que compartir.


—Mira, ¡una heladería! ¿Te apetece?—Le sonrío. 

Se le iluminó la cara.
—¡Claro que sí, mi niña! 

domingo, 19 de agosto de 2012

7. Corazón con corazón.

Estábamos los dos en silencio, pero no era un silencio incómodo. De fondo se oía la radio, sonaba Someone Like You, de Adele.
—No te he hablado del vídeo que me hiciste. Terminé de verlo en la habitación del hotel.
Di un respingo y me incorporé del asiento. Le miraba con curiosidad.
—¿Te gustó?—Me mordí el labio de pura impaciencia.—Ahora gira a la izquierda.—Le indiqué.
—La verdad es que no me gustó...
—Ah...Bueno... —No sabía qué hacer, ¿cómo salía ahora de esta?
—¡Me encantó!
—Tonto, vaya susto me has dado.—Me empecé a reír.
—Al final he llorado como un bebé—Se unió a mi risa, pero yo me dejé de reír de repente para mirarle.
—No sabes el enorme sentimiento de satisfacción que produce que la persona a quien más admiras se emocione por saber todo lo que haces por él.—Hablé con sinceridad, tranquila, buscando las palabras apropiadas para encajar perfectamente lo que sentía, aunque se quedaron cortas. Me temblaba la voz.
Justo cuando terminé la frase Pablo paró en un semáforo. Me miraba, y pude notar que le brillaban los ojos.
—Yo hace dos escasos años era un chaval normal que esperaba para sacar su disco. Sigo con ese espíritu y aún me cuesta asimilar algunas cosas que forman parte de mi vida. Y que personas desconocidas para mí me traten tan bien, se preocupen, y lo más importante, que disfruten de mi música, de nuestra música conmigo...es algo indescriptible. Gracias.
Ahora era yo la que se había emocionado. Una lágrima amenazaba con caer, pero Pablo la enjugó con los dedos justo a tiempo, acariciándome la mejilla.
—Gracias por tanto. Ah, sal recto cuando te metas en la rotonda.
Ahora sonaba Bailar Pegados, de Sergio Dalma. Pablo sonrió al reconocer la canción.
—Ey, al final no me has presentado a tu amigo, el que ha participado en el show de esta noche.
Le miro, sin embargo él no hace lo mismo.
—Si...es verdad...—Parecía tenso.
—Pablete, ¿te pasa algo?—Empezaba a pasar que se sentía incómodo conmigo.
—Es que...en realidad no tenía a ningún amigo en el show. He venido por ti. —Me mira fugazmente para ver la expresión de mi cara y después vuelve a mirar la carretera.
—¿Por mí? ¿Pero cómo sabías que iba a actuar allí? Ahora gira a la izquierda cuando pases el semáforo en verde.
—Me lo dijo un pajarito—Sonríe sin dejar de mirar al frente.
—Ah, ya entiendo. ¿Twitter?
—Exacto.—Se ríe.—La verdad es que...aún no sé por qué estoy aquí.
—Pablo, si yo molesto, de verdad que no me importe que me dejes aquí mismo, me pillaré el bus más cercano.
—No, Marina, por favor. No me refería a eso. Creo... creo que te quiero—Hizo una mueca con los labios y me miró.
No sabía qué decir. Él era mi ídolo, y yo por supuesto que le quería. Mucho más de lo que se pudiese llegar a imaginar, pero no sabía si de la manera en la que me quería él...
Me limité a poner mi mano sobre la suya, que estaba en el reposa brazos esperando tener que cambiar la marcha. Pase mis dedos sobre sus dedos. Encajaban perfectamente. Me estremecí al sentir el tacto de sus manos.
Pablo canturreó solamente una parte de la canción, con una sonrisa.
"Corazón con corazón, y en un solo salón abrazadísimos los dos, acariciándonos, sintiéndonos la piel"
Un escalofrío recorre mi espalda.
Me mira cada dos segundos mientras Sergio Dalma canta la última estrofa desde la radio.
"Verás la música después, te va pidiendo un beso a gritos y te sube por los pies, un algo que no ves, lo que nunca se ha escrito."
¿Estaría Pablo queriéndome decir algo? El rato que estamos en silencio lo aprovecho para pensar. Me ha dicho que me quiere, sin más rodeos. Estoy confusa. He soñado algo así seis veces,  pero nunca imaginé que pudiera hacerse realidad. No estaba preparada para esto. Aún así, tendría que tomar una decisión.

sábado, 18 de agosto de 2012

6. Detalles.

Se me aceleró el corazón. Me quedé sin respiración. Hasta me temblaban las manos.
—Lo siento—Repetí, casi susurrando.
Mi mejilla estaba apoyada cuidadosamente en su hombro. Respiraba su olor. Podría pasarme la vida entera abrazada a él.
—¿Qué es lo que sientes, mi niña?
Me deshice del abrazo para mirarle a la cara. Era Pablo. Pablo, Pablo Alborán. Pero ¿qué hacía aquí?
No me lo podía creer.
—Lo siento. No pude ir al concierto, me castigaron mis padres... Dije que nos veríamos al día siguiente y...te he fallado....—Bajé la mirada.
—No te preocupes ni niña, tendrás mas oportunidades de verme en concierto.—
Me miraba a los ojos, los míos húmedos por lágrimas de emoción. Me sonríe cálidamente y ahora es él el que me abraza.
Tras unos segundos, decido preguntárselo.
—¿Qué haces aquí?
—He venido a ver a un amigo, que se ha animado y ha participado.—Parecía inseguro.
—Perfecto, ¿luego me dices quién es?
—Claro, luego te le presento. Por cierto, lo has hecho genial mi niña. Me has emocionado, se me ha puesto la piel de gallina. ¿Desde cuándo tocas la guitarra?
Con su presencia me había olvidado de todo. En realidad ahora me daba un poco de vergüenza que Pablo me hubiese visto cantando una canción suya...
—Seguro que no es para tanto... —Solté una risa nerviosa—Desde los diez añitos o así, me llamaba la atención y mi madre me apuntó a clases. ¿Sabes qué? Quería dedicarte la canción a ti, por no haberte visto en el concierto y porque la canción es tuya.
Pablo me sostiene la mirada. Tranquilo, curioso.
—Gracias.—Sonríe.
Un simple y sencillo gracias, que sin embargo para mí lo significa todo.
—A ti, Pablete.
Nos sonreímos, y miramos a la vez al escenario porque ha empezado a sonar la melodía de Solamente tú. Alguien más había elegido sus canciones. Normal, son preciosas...
Le doy la mano y le llevo hasta las primeras filas para verlo mejor.
Lo de la mano fue un acto involuntario, es algo que hago con mis amigas cuando quiero que vayamos a algún sitio. Vimos el resto de las actuaciones juntos. A veces le pillaba mirándome, y yo fingía que no me había dado cuenta. Otras veces era yo la que le miraba. Estar a su lado llenaba todos los rincones vacíos de mi alma, me complementaba.
De vez en cuando se acercaba a mí y me decía 'Este me gusta como canta' y yo le sonreía.
El show terminó, y todos empezaron a abandonar la Sala Galileo Galilei.
—Espérame, por favor, si salgo se abalanzarán sobre mí.—Nos reímos juntos.
Esperamos a que casi toda la gente saliera para salir nosotros. Nos quedamos en la puerta. Esto me empezaba a sonar a despedida...
—¿Qué vas a hacer ahora?—Me pregunta él. Parece que ni él ni yo queremos separarnos.
—Cogeré un bus y me iré a casa...
—¿Quieres que te lleve yo?—La expresión de su cara suplica un sí como respuesta.
—Pabete, yo no quiero molestar...
—Marina, tú nunca molestas. Yo te llevo, que no me importa. Esta vez no traigo la furgoneta, vamos en coche—Me mira, y los dos nos reímos. Me da la mano, igual que yo hice antes con él y me lleva hasta su coche.
Cuando me quise dar cuenta ya estaba acomodada en el asiento del copiloto. Acariciaba los asientos de cuero, ensimismada, pensado.
¿Y esto? ¿Lo hará con todas las fans? No quería reconocerlo, pero sabía que esto no era normal. Aún así, daba lo que fuese por pasar unos minutos más a su lado.
—¿Marina? ¿Estás bien?
Al parecer se había dado cuenta de que estaba pensado. Me miraba con gesto de preocupación, pero yo le sonreí.
—Sí, no te preocupes, es que...sigo sin creerme que te tengo aquí, al lado.
—¿Quieres que te pellizque?—Soltó una carcajada.
—No, no hace falta, dentro de poco lo asimilaré—Me uní a su risa.
Pablo arrancó el coche, y lo sacó del aparcamiento.
—Tengo una duda.—Mira continuamente a la izquierda y a la derecha—¿Dónde está tu casa?
—Olvidé que no sabes dónde vivo—Me río—Gira a la derecha, yo te voy indicando.
Analizo cada detalle. En cómo sus manos se deslizan por el volante. En cómo gira la cabeza para ver si viene algún coche, con la boca ligeramente abierta. En cómo se humedece los labios. En cómo me mira por el rabillo del ojo mientras yo le miro a él.





miércoles, 15 de agosto de 2012

5. Galileo Galilei.


Decidí no insistir en que mis padres me llevaran al concierto. Es más, ni siquiera les hablaba, y a mi hermano menos. Quizá así se compadecerían de mí y me llevarían.
Pero no fue así.
Por la hora que era el concierto ya debería haber acabado. Al menos había estado distraída durante todo el día para no pensar demasiado en eso. Ahora el tenía dos conciertos seguidos más, después una semana y media de descanso y otra vez un par de conciertos. Desconecté de Twitter porque empezaría a llenarse de comentarios sobre el concierto y me deprimiría más. Me fui directa a la cama.
Ni siquiera quiero recordar ese día. Se supone que iba a ser el más feliz de mi vida, y ahora ya tiene la etiqueta puesta de "El peor día de mi vida". Le había fallado.

Pero ahora tenía que dejar de pensar en eso para concentrarme. En una semana había una especie de show para jóvenes talentos en la sala Galileo Galilei. Iba a cantar una canción, que por supuesto sería de Pablo Alborán. Cantaría Miedo.
Era una de las canciones que más me transmitían, y con la que más cómoda me sentía al cantar.
Me pasé toda la semana entretenida, practicando, repasando, adaptando el tono a mi voz, cambiando algunos acordes para hacerlos más sencillos... Me gustaba. Era algo que me llenaba.
Como hacía mucho tiempo que no entraba en Twitter y ya estaba más animada, puse un par de tweets.
Desconecto unos días, estoy practicando para tocar en la Sala Galileo Galilei el próximo sábado. ¡Deseadme suerte! Os quiero. 
 Ya había llegado el sábado, el día del show. Llevaba bastante bien la canción, así que me limité a intentar no ponerme nerviosa y repasarla un par de veces. Por la mañana preparé todo lo que necesitaría para el show.
Fue cuando estuvo todo preparado cuando me puse nerviosa. Delante de tanta gente...en un escenario que tantos artistas conocidos han pisado...artistas como Pablo Alborán.
Me puse de cuclillas en frente de la pecera de Caramelo para relajarme, como de costumbre. Me quedé embobada viéndolo nadar. Y empecé a pensar.
Pensaba en Pablo. Quizás en la furgoneta estuvo demasiado cariñoso y no me trató como una fan cualquiera. Incluso Lolo se sorprendió de lo que hizo. Pero...No, eso no. No. Era la primera vez que le veía así que no sabía como actuaba como las demás. Tenía que dejar de pensar en ese tipo de cosas, no me venían bien. Como no había ido al concierto, le dedicaría la canción a Pablo, a modo de disculpa. No lo diría en el escenario, solo lo pensaría. Por lo menos así me sentiría mejor conmigo misma...

Llegué en bus hasta la sala Galileo Galilei. El nombre de la sala me recordaba a una canción de Maldita Nerea, Por Eso.
 "Si me acompañas no tengo, por eso ni hambre ni frío, ni miedo ni sueño "
Ya había gente cuando yo entré. Fui al espacio que me tenían asignado, donde podría prepararme. Cuando ya estaba todo listo, empezaron a subirse jóvenes a cantar, uno tras otro. Como no era un concurso ni había votaciones ni nada parecido, estaba más relajada.
La verdad es que todos los que subían cantaban estupendamente. Me abordó la idea de no llegar a su nivel...
Llegó mi turno. Intenté parecer decidida. Subí las escaleritas y me acomodé en la silla, abrazada a mi guitarra. Empecé a tocar pequeños acordes, agachada para oírlo mejor. Y empecé la canción. Cerré los ojos y me aislé del mundo. Parecía que solo estábamos mi guitarra, mi voz y yo.

Empiezo a notar que te tengo, 
empiezo a asustarme de nuevo.
Sin embargo lo guardo en silencio, 
voy a dejar que pase el tiempo.
Empiezo a creer que te quiero
ya empiezo a soñar con tus besos.
Sin embargo no voy a decirlo, 
hasta que tú sientas lo mismo.
Porque tengo miedo, miedo de quererte
y que no quieras volver a verme...
Por eso dime que me quieres, 
o dime que ya no lo sientes 
que aquel amor que me abrasaba ya no quema,
solo escuece, 
no lo intentes, sé que me mientes...

Palabra tras palabra, acorde tras acorde. Seguí cantando la canción. Me sentía llena de vida.
De vez en cuando aparecía una imagen en mi cabeza. Era Pablo, haciendo exactamente lo mismo que estaba haciendo yo.
Terminé de cantar y abrí los ojos.
Un público aplaudiendo y sonriente me miraba, decenas de ojos observándome.
Me emocioné, di las gracias y me bajé.
Iba mirando al suelo, con la guitarra en la mano, hacia el espacio que me habían preparado. Dejé la guitarra apoyada en la pared. Acariciaba sus cuerdas, de espaldas a todos, ajena al alboroto que había en la sala, aún en mi burbuja. Me giré para seguir viendo las actuaciones cuando vi a una persona plantada delante de mí.
Me lancé a sus brazos sin pensármelo dos veces.
—Lo siento—Conseguí decir.

lunes, 13 de agosto de 2012

4. No puede ser cierto.

Le sonrío, y me despido de los dos saludando con la mano. Me giro y pongo rumbo hacia la parada de autobús más cercana. Consigo escuchar a Lolo decir "¿Por qué lo has hecho?", a lo que un Pablo titubeante contesta "Ni yo lo sé..."
Sonrío para mis adentros sin saber realmente lo que eso puede significar.
Ahora que estaba solamente acompañada de mis pensamientos, era hora de ordenar y recapacitar sobre lo que había pasado hoy.
Repaso: he conocido a mi ídolo, me ha invitado a montar en su furgoneta para ver juntos el vídeo que le he preparado. Quizá eso lo hace con las fans que le caen bien. ¿Por qué iba a ser especial? Soy una más. Sí, eso es. Una alboranista más.
La verdad es que la idea de ser una más me entristecía, porque para mí él era mi mundo. Qué difícil es ser fan...
Iba tan sumergida en mis pensamientos que el viaje en autobús hasta mi casa se me hizo muy corto. Además, la sonrisa imborrable que alegraba mi cara le daba a todo un aire mucho más fresco y natural que hacía que el tiempo corriese más deprisa.
Decidí no contarle nada a mis padres sobre el rato que pasamos en la furgoneta. Durante la cena con mi familia estuvimos charlando sobre cómo fue la firma. Mi hermano, Alex, ponía cara de asco. Tiene dieciséis años y está en plena edad del pavo. Un horror. Sé que no le gusta la música de Pablo, pero le rechaza exageradamente. Mientras yo contaba felizmente cómo me había hablado Pablo, Alex me interrumpió.
—Sigo sin saber qué le ves de especial.
—Alguien como tú nunca lo entendería.—Me molestó su comentario, así que no dudé en contestarle mal y seguirle el juego.
—No es momento para discutir—Intervino mi madre.
—¿Veis? Me contesta mal porque intenta defender a alguien que ni se sabrá su nombre.
Mis padres me miraron asintiendo, intentando darle la razón sin palabras. Había estropeado mi día en un momento. ¿Por qué? Exploté.
—¡Eres un niñato consentido que solo quiere hacerme daño! ¿A qué viene todo esto? ¡No conseguirás nunca que le deje de querer!—Levanté la voz más de lo que esperaba.
—Marina, estás castigada.
Lo que me faltaba, que mi padre me castigara. Pero, ¿con qué?
—¿Qué manera es esa de hablarle así a tu hermano? No quiero volver a escucharte así.—Prosigue.—Mañana no irás al concierto.
—¿¡Qué?!
—Estás castigada sin ir al concierto de Pablo Alborán.—Remata mi madre.
—No podéis hacerme esto, sabéis de sobra que llevo esperando ese momento más de cuatro meses.—Mi voz comenzaba a sonar débil y atragantada por sollozos reprimidos.
—Pues lo hemos hecho. Y se acabó.
Se me nubló la vista a causa de las lágrimas. Me levanté de golpe y fui dando rápidas zancadas hasta mi habitación, cerrando la puerta de un portazo. Empecé a notar el escozor de las lágrimas deslizándose por mis mejillas, y más tarde el gusto salado porque pasaban por mis labios. Me puse de cuclillas para que mi cara estuviese a la altura de la pecera de Caramelo. A veces observarle nadar, sin preocupaciones, en una mente de pez que no era capaz de sostener los recuerdos más de un segundo me daba tranquilidad.
No me lo podía creer. No, no podía ser cierto. me dejé caer sobre la cama y me pellizqué en el brazo, con la ilusión de que todo esto solo era una pesadilla. Me invadió un vació al recordar la última vez que me había pellizcado el brazo, en compañía de Pablo, que justo después me sacó la lengua. Me quedé dormida entre lágrimas y su recuerdo.

Me desperté al día siguiente. Por un momento me sobresalté al pensar que hoy vería a Pablo Alborán en concierto, y una milésima de segundo después recordé todo lo sucedido anoche.
Me acurruqué y abracé a la almohada, fiel compañera cuando no sabía que hacer. Mi estómago rugía porque ayer no acabé de cenar.
Transcurrió todo el día lento. No hablé a mis padres y ni siquiera le dirigí la mirada a mi hermano. Intenté distraerme por todos los medios para no pensar en el concierto. Deseé poder borrar ese día de mi memoria.

sábado, 11 de agosto de 2012

3. En la furgoneta.

Llegamos riéndonos hasta la furgoneta. Él abre la puerta corredera de atrás, con los cristales tintados, y me extiende la mano para que pase a la vez que me sonríe.
—Pasa, mi niña.
Le miro a los ojos con dulzura y entro en la furgoneta. Me acomodo en ella, y dejo sitio para que pase él. Se apoya en el respaldo y suspira, está cansado.
—Qué bien está la furgo Pablete.
Él se agacha a rebuscar entre su maleta el ordenador portátil, lo saca, lo apoya en sus piernas y lo enciende.
—Me encanta que me llames Pablete—Me sostiene la mirada unos segundos, hasta que el sonido que hace el ordenador al iniciarse nos asusta a los dos y damos un respingo. Reímos.
Empieza el vídeo, Pablo se acomoda en el asiento y yo me acerco un poco a él para verlo mejor.
Siendo sinceros, me da vergüenza que lo vea estando yo delante. Nunca imaginé que esto pasaría.
Me sabía el vídeo de memoria, así que me limité a mirar a Pablo, que estaba concentrado y atento al vídeo.
Mi fijo en la comisura de sus labios, que intentan sonreír de vez en cuando. Intento aprenderme la forma de su nariz, porque no sé cuándo podré volver a verla a tan poca distancia. También me fijo en sus ojos oscuros, que delatan todo lo que siente. Mientras estamos los dos en silencio, él atento al vídeo y yo a él, alguien da unos golpecitos en la ventanilla de la furgoneta. Los dos nos asomamos a la vez. Es Lolo, que espera desde fuera a que le abran la puerta. Pablo me mira con gesto de preocupación y abre. Lolo me mira, se sorprende, y mira a Pablo con cara divertida.
—¿Ya estás ligando?—Ríe.
—En cuanto me dejas solo. Lolo, te presento a Marina. Nos acabamos de conocer en la firma.—
—Hola, encantada—Sonrío tímidamente y le doy dos besos. Aunque me encantaría pasar más tiempo con Pablo, entiendo que él tiene que descansar, así que prefiero irme antes de que me lo tengan que decir ellos.—Chicos, me tengo que ir, que se me hace tarde. Mañana nos vemos en el concierto de Elche.—
Pablo se entristece, cosa que no me esperaba para nada.
—De acuerdo mi niña, gracias por todo.
—Gracias a ti por cada momento de felicidad que nos das.—
Lolo nos mira a uno y a otro alternativamente, y se ríe a carcajadas. Los dos le miramos pidiendo una explicación, pero él no puede hablar de la risa, hasta que al final nos la contagia.
Para despedirnos le doy dos besos a Lolo y un abrazo a Pablo.
—Mañana nos vemos— Me susurra al oído, y un escalofrío recorre todo mi cuerpo.