miércoles, 16 de enero de 2013

26. ¿Hasta dónde es capaz de llegar?


Me despierto con un horrible dolor en el estómago. Tengo muchísima hambre. El sol de la mañana da luz a toda la habitación del hotel. Tardo unos segundos en reaccionar. Inmóvil, sin ni siquiera girar la cabeza, echo un vistazo a mi alrededor. Descubro a Pablo acariciando mi mano al borde de la cama, con la mirada perdida en el suelo. Me incorporo y él levanta la vista hacia mí. Tiene los ojos algo hinchados, como si hubiera estado llorando y una ojeras le recorren toda la superficie que hay bajo los ojos. ¿Qué le ha pasado? Quizás antes de preguntarme qué le ha pasado a él, debería preguntarme qué me ha pasado a mí. No recuerdo por qué estoy aquí... En sus ojos detecto miedo.

—¿Cómo te encuentras? —Me alivia escuchar su voz.
—Bien... estoy bien. Pablo... ¿qué te pasa? ¿Qué ha pasado?
—Ayer...bueno...¿no lo recuerdas?
—Sé que llegamos a casa, pero no sé qué hago dormida todavía ni por qué tú estás tan preocupado.
—Recibiste una llamada y te desmayaste... Llamé a una ambulancia y te atendieron al instante. No fue nada, ni siquiera tuvimos que salir de la habitación del hotel. Te han mandado hacer reposo durante unos días...

No me da muchos detalles seguramente para que no me asuste, pero esas palabras me sientan como si me hubieran echado un cubo de agua fría. Ahora lo recuerdo todo...

*Me quedo paralizada. Mis dedos responden por sí mismos y pulsar el botón de colgar de mi móvil. El pitido de fin de llamada retumba en mis oídos. Mi felicidad se desploma ante mí en un instante, el miedo invade todos mis sentidos y empiezo a tiritar involuntariamente. Veo a Pablo mirándome horrorizado, sujetando mi cara con sus manos, obligándome a mirarle a los ojos. Me está diciendo algo... Me pide que le conteste. Soy incapaz. Ni siquiera estoy prestando atención a lo que me dice. Mi corazón late desbocado y tengo un nudo en la garganta mientras tímidas lágrimas humedecen mis mejillas. Me falta fuerzas...*

Eso fue exactamente lo que pasó después de la llamada...Ahí me desmayé y por eso no lo recordaba. Agarro mi móvil y lo enciendo. En el registro de llamadas recibidas aparece el nombre del chico de la sonrisa repugnante.

—¿Y tú cómo te encuentras?
—Bueno, no he dormido en toda la noche.
—Lo sé, tus ojeras me han informado de ello. Gracias por haberte quedado a mi lado...
—Es lo mínimo que podía hacer.

Jamás le había visto tan serio y preocupado. Sé que espera que le diga quién me ha llamado.

—Pablo, yo... Tengo que contarte algo.
—Estamos los dos muy cansados... podemos hablarlo más tarde, no te preocupes. —Me sonríe para hacer que su respuesta suene más convincente.— Si te apetece vamos al restaurante, ya es la hora de comer.

Me parece bien. Me dará tiempo a pensar cómo decirle lo de Sergio, ya que no será nada fácil. Durante al comida consigo arrancarle alguna sonrisa y aliviar mi hambre. Lo que más rabia me da es que hemos perdido una noche y toda la mañana por culpa de Sergio. Siempre aparece en el momento más inoportuno.
Durante la comida acordamos lo que vamos a hacer esta tarde-noche, después de que Pablo se eche una larga siesta. Buscaremos por internet un hotel en el centro que dejaremos reservado ya, para que esté todo listo para que nos instalemos cuando lleguemos.
Subimos de nuevo a la habitación. A medida que doy un paso más, una pizca más de miedo se añade en mis pensamientos. ¿Qué dirá Pablo? No quiero causarle problemas y puede que la noticia nos arruine todo el viaje, y eso es lo último que quiero. Ni siquiera me he parado a analizar la situación, y la verdad, prefiero no hacerlo. No sé hasta qué punto Sergio es capaz de llegar.

Me está esperando en el salón mientras yo me lavo los dientes. Apenas puedo pensar... No sé cómo reaccionará. Y aún menos sé como lo arreglaremos. Dejo el cepillo de dientes en el botecito y me miro al espejo. Me coloco un mechón de pelo rebelde por detrás de las orejas y suspiro profundamente. Me dirijo al salón y me encuentro una enternecedora imagen... Se ha quedado dormido acurrucado en el sofá. Parece un angelito... es la primera vez que le veo relajado en todo el día. Es normal, estaba agotado y preocupado. No quiero que lo pase mal por mí... Él es una maravilla de persona. Nunca nadie se había preocupado tanto por mí hasta el punto de no dormir por cuidarme. Me siento en el sillón de al lado y me pongo a pensar. Quizás sea mejor que no le diga nada, por ahora...

jueves, 3 de enero de 2013

25. Todo se reduce a miedo


La cara de Pablo es indescifrable, inexpresiva. Se apresura a llamar al ascensor para subir juntos a la habitación. Yo le sigo en silencio, intentando procesar la información sin adelantarme a acontecimientos ni que la imaginación brote y de lugar a malentendidos. Solo se respira tensión y nervios en el ambiente. ¿Qué le pasa?
Pablo mueve las manos nervioso. Decido romper el silencio, no soporto este suspense mucho más tiempo.
—¿Por qué no me has dicho que ya habías estado aquí? ¿Hace cuánto viniste?
—Al rededor de un mes.

Quizás la recepcionista me ha mirado así porque se ha extrañado de que el mismísimo Pablo Alborán viniera con una chica diferente al mismo hotel.

—¿Por qué estás así? —Mi voz suena tranquila y apaciguadora.
—¿Así cómo?
—Te has puesto nerviosísimo cuando la recepcionista ha dicho "para dos, como la última vez."
—Estuve aquí con Marta hace un mes.

Al menos sé que es Marta y no otra. Intento ser razonable y ponerme en su lugar. Yo estoy tranquila. No me importa que hace un mes haya estado con alguien aquí, aunque reconozco que me incomoda un poco. Lo que importa es que ahora está aquí, pero conmigo.

—Pablo... Marta pertenece al pasado. No puedo culparte de que hace un mes estuvieras con Marta... Aunque nos podríamos haber ahorrado esto si hubieras elegido un hotel diferente.
—Tú  no lo entiendes.
—¿Me lo vas a explicar? —Suspira. Se abren las puertas del ascensor. Pablo saca las llaves del bolsillo trasero de su pantalón y se apresura a girar la cerradura de la habitación, haciendo que el choque del llavero y de la llave de repuesto produzca un tintineo. La puerta cede y queda una rendija por la que sale luz procedente del interior de la habitación.
—Verás...—Empieza.— Hace tan solo un mes yo seguía con ella. Las cosas empezaron a ir mal, discutíamos y no había caricias ni besos. Lo hablamos y llegamos a la conclusión de que los dos necesitábamos un tiempo. Y en ese tiempo a Cupido le dio por lanzar una flecha —noto como se va relajando a medida que lo va contando.— que nos atravesó a ti y a mí. Sentía que entre Marta y yo se había acabado el amor, y que entre tú y yo estaba floreciendo algo mucho más fuerte. Así que puse fin a mi relación y me volqué en que esto saliera bien.
—¿Y que tiene que ver todo esto en que hayas actuado así? Me habías asustado...
—La dejé a ella por ti. Durante estos días Marta me ha estado agobiando mucho. Me llama, me dice que no me olvida... Siempre he dicho que me llevo muy bien con mis ex, pero Marta no quiere ser mi ex. Yo también necesitaba desconectar de esto, contigo. Y ahora llega la recepcionista y me recuerda que estuve aquí con ella... No sabía como ibas a actuar tú al oírlo, y no quiero que contigo pase lo mismo que con Marta. Quiero mantenerte alejada de toda la multitud y del agobio...
—Te quiero, ¿entiendes? No me iba enfadar contigo. —Pablo parece agobiado, pero en este arrebato de sinceridad es el momento para decir lo que pienso. —Por un momento creí que la seguías queriendo...Sabes que aún no sé qué has visto en mí, no me parecería nada raro que volvieses con ella...que recapacitaras y pensaras que esto estaba mal—Pablo abre mucho los ojos.
—Marina, estos días han sido los mejores de mi vida. No me arrepiento de absolutamente nada y doy gracias a quien tenga que darlas por estar hoy aquí contigo. —Nos mantenemos unos segundos en silencio, simplemente mirándonos a los ojos.
—Todo se reduce a miedo. —Pablo sonríe al comprobar que lo he entendido. —Pero prométeme que la próxima vez me lo contarás. Me considero bastante comprensiva, sé escuchar. Alguien me dijo una vez que la base de las relaciones es la empatía, la comunicación y la sinceridad.—Pablo asiente dándome la razón.
—Prometido. —Se acerca a mí y me abraza, estrechándome en sus brazos y acariciando mi espalda. —¿Preparada para ver la habitación?

Me da la mano y entramos a la vez. Vaya... es preciosa. Me encanta la decoración, y en seguida voy analizando la sala. Las pareces son totalmente blancas y el suelo es imitación de madera. Todos los muebles son  negros con transparencias y cristales. Es muy simple y moderno, pero a la vez acogedor. Nada más entrar hay el típico mueblecito donde se dejan las llaves y colgado encima de él, un espejo.
Miramos los dos al espejo a la vez, viéndonos reflejados, y se nos forma en la cara la misma sonrisilla tonta. Me abraza por detrás y nos quedamos así unos instantes...
—No me gusta nada discutir contigo, con lo guapa que estás cuando sonríes...—Me dice pegado a mi oído.
—A mí tampoco, odio que discutamos. En cuanto a lo de estar guapo... te pones muy atractivo cuando estás serio. —Dejo escapar una carcajada y a Pablo le cambia la cara por completo. Frunce el ceño y la sonrisa de su cara desaparece. —A ver, no quiero decir que me guste que estés serio, pero te pones muy guapo, más todavía si cabe...
—¿Así que así te gusto más?—Sigue serio.
—Si es posible que me gustes más de lo que ya me gustas, entonces sí.

Se lanza a mis labios y me roba un beso intenso...muy intenso. Parece que el papel de malo le sienta bien. Lleva sus manos a mi chaqueta y me la quita, dejándola caer a nuestros pies. Acaricia mi cintura con sus manos y...suena mi móvil. ¡Arg! ¿Tenía que ser justo en este momento? Lo saco del bolsillo de mi pantalón y enmudezco en cuánto veo quién es.

—¿Qué quieres?—Mi voz suena seca. Pablo se sorprende del cambio de actitud que he dado en un momento. Al otro lado de la línea telefónica suena la voz de Sergio. Nadie como él podría estropearme este momento.
—¿Dónde estás?
—¿Y a ti que te importa?
—Te estaba buscando para acabar lo que empecé.

miércoles, 2 de enero de 2013

24. No hace falta que me quites la mirada...


Pablo mete un disco en el reproductor del coche y la voz grave de un hombre irrumpe en el silencio. Se palpa la ilusión y las ganas de vivir en el ambiente. Salimos a la autopista y nos ponemos en camino... Sevilla nos espera. Es la primera vez que me escapo, y también es la primera vez que hago algo sin planearlo apenas. La incertidumbre por saber qué pasará me invade, y sinceramente, es una sensación bonita. Creo que la pondré en práctica más a menudo.
Perdida en el paisaje que pasa delante de mis ojos me doy cuenta de los sentimientos y sensaciones que Pablo ha despertado en mí.
Hasta que Pablo no cambia de disco no me voy cuenta de que ya llevamos medio camino, y hasta ese momento no me había dado cuenta de que no he desayunado. Supongo que las mariposas que revolotean en mi estómago han suplido la necesidad de comer algo. Prefiero no decirle nada Pablo, porque pararíamos en el primer sitio que veamos y eso nos retrasaría. Yo solo quiero llegar cuánto antes y aprovechar el máximo tiempo posible junto a él. De vez en cuando le lanzo miradas furtivas, apoyo mi mano sobre su pierna, o sonrío sin darme cuenta. A él le brillan los ojos de la emoción.

Paramos en un restaurante de carretera aunque de buena calidad a comer. Pedimos el menú del día, que originalidad tiene más bien poca: patatas fritas y huevos. Por lo menos está riquísimo, aunque no sé si el hambre que tengo tiene algo que ver. Pablo se sorprende al verme comer tan deprisa y me mira sin decir nada.
—Es que con las prisas y la ilusión no he desayunado...
—Eso lo explica todo. —Se ríe y hace que me ruborice.

Nos volvemos  a montar en el coche. Pasamos lo que queda de viaje hablando entre miradas cómplices y sonrisas. Parece increíble, pero realmente nos acabamos de conocer, aunque yo sé bastante más de él que él de mí.

—Seguimos estando en desventaja, ¡eso es jugar sucio! —Me dice con ese desparpajo andaluz.
— Pregúntame, ¿algo especial que quieras saber?
—Me preocupa la idea de que me presentes a tus padres.—Vaya, no lo había pensado. Este chico está en todo.
—A mí también. Creo que pasará bastante tiempo hasta que me vea con valor de hacerlo... No sabría que hacer si mi padre no me da su aprobación. —Pablo frunce el ceño.—Seguramente me iría de casa.—Me río para aliviar tensión. —No, de verdad... no soportaría estar sin ti. —Pablo chasquea la lengua. —¿Qué te pasa?
—Que te abrazaría, te besaría, pero estoy conduciendo. — Se ríe, divertido.

Durante el trayecto hablamos de numeroso temas. La infancia de los dos, el futuro, su relación con los fans...
—Pablo, hay algo que me inquieta.
—Dime, mi niña.
—¿Cómo se tomarán tus fans que tengas novia?
—Vaya... —Se queda pensativo.— Me encantaría que todas lo aceptaran, pero por desgracia no es así. Hay gente que no entiende que tú formas parte de mi vida privada. Me han llegado a decir que les había decepcionado por tener novia... no sabes lo que me decepciona a mí que me digan eso... —Noto la tristeza en su voz. —Es un tema que me molesta mucho. Mejor que nadie sabrás que no me gusta hablar de mi vida privada, y que mis propias fans se atrevan a opinar sobre ella... —Suspira. —Bueno, supongo que sabrás la que se formó cuando salieron las fotos de la revista ¡Hola!. Ella era Marta, sí, pero ya lo habíamos dejado. Que me machacaran con esos comentarios me molestó muchísimo. —Hay una pizca de anhelo y añoranza en su voz cuando habla de Marta, como si la echara de menos...no me gusta ni un pelo.—Solo espero que eso no pase contigo. Es bastante duro... yo soy una persona muy normal y me gustaría llevar una vida igual de normal.

Después del discurso me ha dejado sin palabras.
—¿Sabes? La noticia de Marta fue el tema principal de Twitter durante varias semanas. Pero yo ni siquiera abrí la noticia. Yo estaba ahí por tu música, tu voz, por tu entrega al público y por tu maravillosa forma de ser. Nada que fuera parte de tu vida privada me interesaba, a no se que eso te hiciera estar pasándolo mal..—Pablo me sonríe.
—Me alegro de que tú fueras así. Eres diferente a las demás...

Resulta halagador que Pablo me diga que soy diferente a las demás. Ahora está claro que lo soy porque soy su novia. Vaya, ¡qué bien suena eso!

La melodía de una guitarra que sale de los altavoces del coche ameniza el recorrido por Linares, Córdoba...hasta que finalmente, llegamos a las afueras de Sevilla.
—¿Sabes ya dónde vamos a pasar la noche?
—Sí, vamos al hotel donde Lolo, Porty y David durmieron el día del concierto. Yo tenía entrevistas y dormí en otro diferente. Mañana buscamos uno que esté más por el centro, ¿quieres?
—Me parece perfecto. Por cierto, ya me comentaron que el concierto fue impresionante.
—Uau, gracias. Te debo un concierto. —Le miro sorprendida.
—¿Qué?
—Que te debo un concierto. Cuando no te dejaron venir a verme a Elche.
—La que te le debo soy yo, por no haber ido.
—No me debes nada, ya me has dado todo lo que mi vida necesitaba... —Suena tan sincero y tan tierno...

Aparca en un hotel de carretera. Al principio no esperaba gran cosa del hotel, hasta que al lado del nombre veo dibujadas cinco estrellas. Me quedo pasmada, será la primera vez que entre en un hotel de cinco estrellas. Le ayudo a bajar las maletas y nos dirigimos hacia recepción. Por suerte al ser un hotel de carretera no hace falta haber reservado antes.
La recepcionista nos atiende en seguida y nos saluda amablemente. Por un momento me parece que se sorprende al verme... Sí, ya sé que no soy gran cosa y que Pablo podría conseguir a alguien mucho mejor que yo... Me embajono durante unos segundos, pero en seguida recupero la normalidad.
Ella saluda a Pablo como si lo conociese de toda la vida... Me resulta increíble que no se haya puesto nerviosa. Me es aún más increíble que Pablo la salude por su nombre. ¿Se conocen? Frunzo el ceño, agudizo mi vista y veo que lleva el nombre escrito en una chapita de su uniforme. Menos mal, me había asustado. Nos entrega las llaves de la habitación. Número 45. No es un mal número. Cuando nos estamos adentrando en los pasillos, la recepcionista nos llama la atención para comentarnos algo.

—En unos diez minutos os subo champán para dos personas, como pidió la última vez, Señor Moreno.
—Gracias...—Pablo palidece al darse cuenta de que le estoy mirando esperando una explicación.

¿Qué última vez? ¿Para dos? ¿Marta? ¿No me ha dicho que no se había alojado aquí? No entiendo nada. Él me retira la mirada, haciendo todo lo posible para evitar el contacto visual.

lunes, 31 de diciembre de 2012

23. A la aventura.


Me quedo paralizada.
—Pablo, ¿lo estás diciendo en serio?
—Sí, venga, ¡no pierdas más el tiempo y salgamos cuánto antes!—Coge mi mano y tira de mí hacia la habitación para preparar juntos la maleta.
—Espera, espera, espera.—Consigo librarme de su mano mientras él me mira sorprendido. Al fin he conseguido que pare un momento y me escuche. —¿Estás seguro de que quieres que nos vayamos? Siempre estás viajando y yendo de un lado para otro, y me da apuro que tengas que viajar también en tus días libres por mí...—Bajo la mirada. Pablo da un paso y el espacio que había entre nosotros desaparece, se esfuma llevándose con él toda mi capacidad de resistirme a escaparnos juntos.
—Mi niña... por supuesto que quiero ir, y más si es contigo.—Me susurra mientras coloca sus manos en mi cara y acaricia mi mejilla cuidadosamente con su pulgar.—Hay montones de ciudades que quería visitar y pararme a hacer turismo pero no he podido porque no estaba allí más de un día. Además, ya sabes que estoy un poco loco—Se echa a reír.
—¿Un poco? Estás pirado de la cabeza.—Me río y le planto un beso inesperado en los labios. Ahora es él el que se queda paralizado.—Venga, ¡que hay una maleta que preparar!

Nos adentramos juntos en la habitación, arrastro la maleta para sacarla de debajo de la cama y me quedo mirándola. Desde que fui con mis compañeros de viaje de fin de curso no la había vuelto a usar. Vaya, qué recuerdos... Estoy segura de que cuando vuelva con Pablo traeré aún más.
Estoy emocionada, tremendamente emocionada. Hacía demasiado tiempo que no me sentía tan llena de vida. Me había acostumbrado a una vida monótona y aburrida, aún siendo verano... Está claro que necesitaba que Pablo me rescatase de este bucle espacio-tiempo en el que estaba sumergida.
Empiezo a abrir todos los armarios y a seleccionar la ropa que quiero llevar, sacándola y extendiéndola encima de la cama. Pablo se encarga de doblarla para que ocupe el menos espacio posible y guardarla. Al fin y al cabo, él ha hecho más maletas en todos sus viajes que las que yo podré hacer en toda mi vida, así que sabe cómo preparla para que quede perfecta. Mientras estamos entretenidos con la laboriosa tarea, pongo la radio de fondo. Pablo me sonríe.

Miro incómoda el cajón donde guardo la ropa interior. Me da una vergüenza horrible que Pablo la vea y tenga que guardar los conjuntos. Creo que lo dejaré para más tarde, cuando esté distraído o se vaya un momento a la cocina. Le mandaré a por un vaso de agua. Río silenciosamente por mi ocurrencia.
—Marina
—¿Si?—Pablo dirige la vista hacia Caramelo.
—¿Qué vas a hacer con él?—Me hace ilusión que se preocupe por el pececillo.
—Mis padres y mi hermano vuelven dentro de unos días, y Caramelo puede aguantar hasta entonces sin comer. No te preocupes, no le pasará nada.—Nos sonreímos.
—Respecto a ese tema...¿A tus padres les importará que nos vayamos? No quiero causar ningún problema.—Me quedo pensativa unos segundos...
—No sé si les importará o no. Pero sé que quiero ir contigo. Al fin y al cabo ellos se han ido ya, y yo también me merezco unas vacaciones.—Le sonrío intentando parecer lo más despreocupada posible, quitándole importancia al asunto.

Ya está terminada la maleta. Me dispongo a cerrarla cuando...
—¿No se te olvida algo?—Miro a mi alrededor intentando adivinar qué me falta...
—¡Es verdad! Casi se me olvida la ropa interior.—Se me escapa una risita nerviosa.
—Venga, pásamela, que cabe en este bolsillo de aquí—Señala uno de los compartimentos de la maleta.
—Pablo...prefiero guardarla yo.—Me sonrojo. Pablo me mira y no consigo intuir qué está pensando...
 De repente, se levanta la camisa y deja que se le vea la banda de los calzoncillos. Calvin Klein blancos, por cierto.
—¿Ves? ¡Si no pasa nada! Que no te de vergüenza, mi niña.
—¿Siempre vas a estar sorprendiéndome?—Me echo a reír como una niña pequeña mientras abro el cajón y le paso la ropa. La guarda sin ningún problema y cierra la maleta.
Reviso que no me olvido de nada mientras Pablo carga la maleta en el coche y nos dirigimos a su casa, a preparar sus cosas.

Por el camino me cuenta que el piso es suyo y lo decoró hace un par de años, que está prácticamente nuevo, pero que aún así quiere venderlo cuánto antes. Noto algo extraño en su mirada... Dice no demasiado convencido que quiere ponerlo en venta porque no quiere atarse a vivir en un lugar, que es muy joven y quiere seguir viendo mundo, y que además, su sitio está en Málaga. Sé que le pasa algo, pero prefiero no romper la ilusión del momento y dejarlo pasar.
Me enseña su piso muy emocionado. Tiene un aire muy personal, íntimo y libre. Las paredes son blancas, y casi todos los muebles son blancos o negros. Lo que le da color a la casa son los montones de figurillas  regalos, pósters y cartulinas que seguramente le han regalado las fans a lo largo de estos dos años... Vaya, si que nos lleva presentes. Me quedo atónita, sin palabras. Al fin y al cabo, yo soy una fan más, aunque un poco más especial. Me emociona que nos valore tanto, que nos lleve siempre consigo aunque esté en la intimidad más pura de su casa. Paso unos minutos leyendo todos los mensajes que le escriben, mientras Pablo está sacando su ropa. Dios mío, tiene muchísimos fulares, incluso repetidos.
—Seguramente ver tu armario sea el sueño de muchas alboranistas.
—¿Por qué?—Me mira extrañado.
—Porque vistes tan bien... tienes la ropa perfecta para cada ocasión.
—A mi madre le gusta mucho la moda, y supongo que me enseñó a vestir bien.—Me dedica una sonrisa sincera.
Cuando Pablo ha terminado de hacer un par de llamadas, nos montamos de nuevo en el coche.

—¡¡Pablo!!
—¿Qué pasa? ¿Se te ha olvidado algo?—Me mira alarmado.
—¡No hemos pensado a dónde vamos a ir!—Suelta una carcajada sonora.
—Vamos a ver, tú has dicho que querías ir como en las películas, en coche con el pelo al viento, así que en avión no podemos ir. Di una ciudad de España.
—¿Estás de broma? ¿Cómo lo vamos a decidir así?—Nos reímos a carcajadas al unísono.
—Di una, o si no la primera que toque. Vamos, deja de planear las cosas por una vez y deja que vivamos una aventura...—Me guiña un ojo.
—Mmm... Sevilla. Sevilla me gusta.

domingo, 23 de diciembre de 2012

22. ¡Que nos vamos!


Cuando termino de peinarme, me doy la vuelta y veo a Pablo observando a Caramelo. También se queda anonadado viéndole nadar, haciendo piruetas en el agua. Me acerco a él por detrás.
—Mira—Le susurro al oído.
Pongo el dedo índice sobre la pecera, esperando que Caramelo vaya hacia él como le he enseñado. Desafortunadamente, no lo hace, solo nada vagamente por toda la pecera. Pablo me mira y yo me río. Da igual qué mascota sea, cuando quieras enseñarle a la gente lo que ha aprendido, nunca lo hará.
—Prueba tú...—Deslizo mi mano por la suya, acariciándola, y coloco su dedo índice en la pecera. Esta vez Caramelo nada más rápido de lo normal, pero no va hacia el punto donde he colocado el dedo de Pablo. Agudizo la vista para pensar por qué no me hace caso... Y entonces lo entiendo. Coloco mi dedo junto al de Pablo, tocando los dos a la vez el mismo punto la pecera. Es entonces cuando Caramelo se acerca al punto donde están nuestros dedos y no se mueve de allí. Pablo me dedica una sonrisa cómplice mientras me mira, y yo hago lo mismo. Nos vamos acercando hasta que nos fundimos en un tierno beso, sin retirar la mano de la pecera.
—Nos complementamos.—Me dice Pablo susurrándome.—Me ha caído bien el pececillo.
Los dos no echamos a reír.

Nos vamos hacia el salón, y nos sentamos juntos en uno de los sillones.
Sigo dándole vueltas a lo de Sergio... Necesito desconectar. Tampoco sé nada de mi familia. Dejo caer mi cabeza con expresión cansada, porque en realidad, estoy moralmente agotada. Pablo es el único que me levanta el ánimo, que me alegra la vida. Me mira preocupado. Suspiro.

—¿Sabes? Hoy es uno de esos días en los que prefiero desaparecer. —Pablo me escucha con atención.— Cambiar de aires, desconectar. No sé tú, pero yo ahora mismo me sentaba en el asiento del copiloto y me dejaba llevar muy lejos de aquí, hasta donde no quede ni rastro de la ciudad y todo se volviese sol, desiertos y carreteras vacías...como en una de esas pelis de dos enamorados que luego por el camino discuten, uno de los dos se baja, normalmente la chica, el chico arranca pero a los dos minutos vuelve a buscarla porque si no ya no habría película —Pablo esboza una sonrisa, aunque en su cara hay cierto matiz de preocupación.— Y recorrer toda esa distancia con el pelo al viento y un par de hamburguesas con patatas fritas que se compran en un McAuto, sin problemas ni preocupaciones... pero contigo. —Hago una pausa y le miro. Me mantiene la mirada sin decir nada, sin ni siquiera sonreír. De alguna manera sabe que lo estoy pasando mal. — O si lo prefieres pararíamos en el Foster's Hollywood...sé que te encanta.

Tengo la mirada perdida. Añoro tener momentos felices. Estos días con Pablo han sido maravillosos, los mejores de mi vida, y precisamente ahí me he dado cuenta de lo infeliz que soy, de las pocas veces que me siento bien.
—Gracias por estos días, Pablo. —Le sonrío vagamente.
—Mi niña... —Me estrecha entre sus brazos, abrazándome—Si quieres, yo puedo ser el chico que te lleva lejos de aquí...aunque nunca te bajaría del coche.—Me río y le miro. Está pensativo. Pasamos unos segundos en silencio, escuchando solamente nuestras respiraciones.—¿Tienes algo importante que hacer este fin de semana?—Me mira con una sonrisa pícara.
—Pues...no. ¿Por qué?
—¿Te ayudo a preparar la maleta?
—¿Qué?
—Venga, ¡que nos vamos!

Es incapaz de ocultar su sonrisa, y yo mi ilusión.

domingo, 16 de diciembre de 2012

21. Picarón


Estará preocupado. No sé ni yo como me siento, así que no me veo capaz de contárselo. Tampoco sé como reaccionaría. Lo primero de todo es calmarse, respirar hondo y pensar.
Mi teléfono vuelve a sonar. Si no contesto se preocupará más, y no se lo merece. Cojo aire y...
—Buenos días
—Mi niña, me tenías preocupado. ¿Estás bien?
—Sí, sí. Soy una marmota y me acabo de despertar—Finjo un bostezo.
—¿Seguro que va todo bien? ¿Qué tal anoche?—Debe tener un sexto sentido o algo...
—Sí, de verdad. Muy bien, aunque me vine más pronto de lo normal. Tenía tu voz repitiéndome "ten cuidado, ten cuidado". —Se oye una carcajada al otro lado de la línea.—Y la verdad es que no me apetecía demasiado estar allí...quería estar contigo.
—Uau... ¿Entonces quieres estar conmigo?
—Sí. Aquí y ahora.—Silencio.—¿Pablo?

Ha colgado. ¿Le habrá molestado algo? Me quedo pensativa.
Conociendo a Pablo... —Suena el timbre.— ...Ese debería ser él. Esbozo mi mejor sonrisa y salgo corriendo a recibirle, dando saltitos como una niña con una piruleta roja en forma de corazón.

—¡Pabl....!
Pablo no, idiota. Debería pensar las cosas antes de decirlas. Sergio.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Vienes a reconocer que fuiste tú?—Mi estado de ánimo cambia en un instante.
—¿Pablo? ¿Quién coño es Pablo? Así que estás esperando a alguien...
—No te metas donde no te llaman. ¿Por qué lo hiciste? ¿Qué pretendías?—Saco el móvil del bolsillo del pijama. No descarto la idea de llamar a la policía.
—Lo       que         me        diese       la      gana     contigo. —Hace pausas entre las palabras para darle más énfasis. No me lo puedo creer. Tengo miedo.
—¿A QUÉ HAS VENIDO? FUERA DE MI VISTA.—Aprieto mis puños.
—No te preocupes. Ya nos veremos.

Me dedica una última de sus sonrisas y se aleja sin más. Otra vez con un "ya nos veremos".
Estoy aterrorizada. Afortunadamente, he aprendido a base de decepciones y problemas a auto animarme y centrarme solo en las cosas buenas. La verdad es que me viene muy bien en estos momentos, porque calculo que Pablo llegará dentro de diez minutos y si me ve mal empezará a hacer preguntas... y a él soy incapaz de mentirle. Una ducha rápida me vendrá estupendamente.
En tres minutos ya estoy envuelta en la toalla. Mierda, suena el tiembre. ¿Tan pronto? Le han sobrado siete minutos. Si que tenía ganas de verme... Sonrío para mis adentros.
Voy corriendo hacia la puerta, pero antes echo un vistazo por la mirilla. No quisiera cometer el mismo error dos veces. Afortunadamente, es Pablo. Lo sabía...

—¡Pablo! Sabía que vendrías—Le grito desde el otro lado de la puerta, aún cerrada.
—¡Mi niña!
—¿Te importa esperar un minuto fuera? Es que me acabo de duchar y solo llevo la toalla.
—Por mi no te cortes...¿eh?—Pone un tono picarón y después se ríe.
—En ese caso... —Abro la puerta lentamente con una mano, y con la otra me sujeto la toalla. La sonrisa de Pablo al verme no tiene precio. Se lanza a mis brazos y mi pelo empapado moja su cuello formando pequeñas gotitas en su piel. Lástima que yo no pueda abrazarle. Mi subconsciente piensa: o el abrazo, o la toalla. Y la verdad es que sería demasiado vergonzoso que se me cayera la toalla. O no...
Pablo nota que estoy algo tensa.

—Estás preciosa...—Acaricia mi hombro, mi piel húmeda con olor a vainilla del gel. Inmediatamente me siento más relajada. ¿Siempre tiene las palabras perfectas? Me ruborizo sin saber qué decir. Si supiera lo que Sergio ha querido hacer conmigo... Una oleada de ira me invade.
—Marina, ¿estás bien? Te noto distante conmigo.
Rápido, Marina llamando a cerebro, Marina llamando a cerebro. Necesito una escusa convincente YA.
—Considerando que estoy delante de Pablo Alborán y solo estoy vestida con una toalla... —Me río y él se une a mi risa. La jugada me ha salido bien.
Se acerca a mí, me coge como si fuera una princesa y me conduce hasta mi habitación. Me tumba en la cama y se pone delante de mí, a centímetros de mi boca. Me besa, me besa con pasión, cerrando los ojos y dejándose llevar.
—Ahora ya no hay problemas.... —habla con una voz muy sensual. Se aparta de mí. —Ya estás en tu habitación, ya te puedes vestir—Se ríe. Le miro ensimismada, incapaz de reaccionar.—Yo me quedo aquí. Prometo no mirar—Me saca la lengua.
—Gamberro... —Y me río con él. En mí no queda ni rastro de lo que acaba de pasar con Sergio. Es increíble que me haga olvidarme de los problemas de esta manera...
Me levanto ágilmente de la cama y me dirijo hacia el armario, en el que hay un espejo. En él veo reflejado a Pablo sentado en la silla con ruedas, con un ojo cerrado y otro entreabierto. Plan malvado a la vista. Hago que me quito la toalla, dejándola caer levemente de un hombro. Pablo sonríe, pensando que no le veo. Hago lo mismo con el otro hombro. La verdad, ahora mismo no sé si quiero que me vea o que no. Aunque sí sé lo que quiere él. Gamberro..
—Pablo...
Aprieta los ojos y mueve la cabeza, fingiendo que no sabe de dónde viene la voz, aunque no puede ocultar una media sonrisa.
—¿Si?
—Tú no me estás viendo...¿verdad?
—No. —Avanzo hacia él.
—Entonces no sabes dónde estoy, ¿no?
—No...—Me coloco a su lado.
Pensaba acercarme a él y darle un beso, que claramente esperaba porque me está viendo. Pero de repente me rodea por la cintura y me sienta encima de él, abrazándome. Su ropa se impregna de olor a gel de vainilla, y mi piel se impregna de su olor. Juntamos nuestras frentes... mi nariz roza la suya.
—Te quiero.—Le susurro.
Pablo se estremece y se le pone la piel de gallina. Me da un tierno beso en los labios...
—Ahora te giras, ¿por favor? —Pongo cara de niña pequeña, y él se ríe dándose la vuelta.
Ahora sí, me visto tranquilamente. Pablo chasquea la lengua y yo me echo a reír. Cuando ya estoy lista cojo un cepillo y intento darle forma a mi pelo, que rebelde se resiste a amoldarse.

domingo, 2 de diciembre de 2012

20. ¡Tú!

La luz que entra por mi ventana  me sienta como una patada en el estómago. No puedo abrir los ojos, me pesan los párpados. Me doy media vuelta y me acurruco entre las sábanas. Sin pensar, sin recordar.
No tengo claro el tiempo que pasó desde que me quedé dormida de nuevo hasta que noté que alguien me acariciaba el pelo. Pablo...
Pongo mi mano sobre la suya, pero él no hace nada. No hay delicadeza. No hay pasión. La habitación no está impregnada del olor tan característico de Pablo. Abro los ojos lentamente, hasta que reconozco a la persona. ¿Qué hace aquí? ¿Qué quiere? Me incorporo de un salto y me quedo sentada en la cama, aún entre las sábanas. Los dos nos miramos el uno al otro, pero nadie es capaz de romper el silencio. No me aparta la mirada ni un segundo, no sin sonreír de esa manera tan repugnante. Sergio.
Miro hacia la puerta. Se oyen unos ruidos en la cocina.

—¡Rocío!—Tenía que ser ella.—¡Rocío, ven!
—¿Qué pasa? ¿Cómo te encuentras?
—Perfectamente, ¿qué hace él aquí?—Señalo a Sergio.
—Bueno...pues...
—¿Qué ha pasado Rocío?—Levanto el tono de voz y echo un vistazo rápido a la pecera de Caramelo. Hasta él parece intranquilo.
—Te desmallaste mientras estábamos en la fiesta de Blanca...¿te acuerdas de algo?
Intento recordar. Agudizo la vista, entrecerrando los ojos...entonces lo recuerdo todo.
—¡Tú!—Señalo a Sergio.—Lo último que recuerdo es cómo sonreías mientras yo estaba mareada. Tenías la misma sonrisa asquerosa que ahora. ¿Qué me has hecho?
—Marina, ¿¡te has vuelto loca?! Él ha estado toda la noche cuidándote conmigo.—Ignoro el comentario y vuelvo a dirigirme a él. Sé que ha tenido algo que ver.
—Vamos, Sergio, me dirás que tú no has hecho nada.

Empezaba a tener mis sospechas sobre lo que había pasado. Minutos antes de desmallarme había aparecido por detrás, su forma de actuar justo después y ese "Hasta ahora", y el sabor extraño de la Coca-Cola.
Sergio seguía clavando sus ojos en los míos. Tal vez creía que así me intimidaría y no dejaría al descubierto lo que hizo delante de Rocío.

—¿Qué? Cuéntale a Rocío lo que pasó, que tú mejor que nadie lo sabe. —Le incito a que lo cuente, quiero saber hasta dónde puede aguantar, pero él sigue inmóvil.
—¿Qué pretendes Marina?—Rocío se empieza a alterar.
—Que él mismo te diga por qué me desmallé. Sigo sin entender qué hace aquí.
—Está aquí porque se ha preocupado por ti, ¿y es así cómo se lo pagas?
—Sé que fue culpa suya que me desmallara de repente.
—Sí, venga, y qué más. Si quieres que nos vayamos solo tenías que decirlo.

Sergio se levanta de la cama y se aleja sin decir nada. Rocío suspira a mi lado y se va con él.
Me quedo sola en mi casa. Sinceramente, necesitaba un poco de tranquilidad. Aunque fisicamente me encuentro perfectamente, moralmente estoy destrozada. No sé como llegué a casa ni qué pasó después. Pensaré en positivo y me convenceré a mí misma de que después de que me desmallara, me trajeron a casa y me quedé dormida en mi cama. Aunque las intenciones de Sergio eran otras. Por suerte Rocío estuvo allí... pero ahora estaba enfadada conmigo. Mierda... Lanzo un suspiro ahogado al aire.
¿Y Pablo? Agarro rápidamente el móvil. Cinco llamadas perdidas y un montón de WhatsApp. Solo espero que no Sergio y Rocío no lo hayan visto...



domingo, 28 de octubre de 2012

19. Maldita sonrisa.

Todo marchaba bien, nos estábamos divirtiendo y no había vuelto a ver a Sergio desde que le saludé. Además, la música que ponían me encantaba, incluso habían puesto Te he echado de menos. Y por supuesto, todo el mundo me miró y vino a avisarme de que estaba sonando Pablo Alborán. Me hace gracia que lo hagan, sobre todo porque vienen a decírmelo como si yo no me hubiese dado cuenta de que estaba sonando cuando en realidad soy capaz de reconocerla en los dos primeros segundos.

—Rocío, acompáñame a pedirme algo a la barra, que tengo sed.
—¡Voy!
—Decidme, ¿qué os pongo?—Incluso habían contratado un camarero para la fiesta.
—Una Coca-cola, por favor.
—¡En seguida!

El camarero me sirve la Coca-Cola y le añade dos hielos. Alargo el brazo para agarrar el vaso, pero me giro bruscamente cuando siento que alguien me acaricia la cintura. Sergio. ¿Es que nunca se va a cansar?
—¿Pero qué haces?
—¿Qué pasa? ¿No te gusta?—Otra vez esa sonrisa.
—Sergio, por favor, déjame en paz.
—Sí, sí. Hasta ahora.

La verdad es que me quedo perpleja. Se ha ido sin decir nada, quejarse o mandarme a la mierda directamente. Me alegro de que por un momento lo haya entendido. Aunque me descoloca un poco ese 'hasta ahora'... Sigo pensando en ello mientras miro a un punto fijo, a la vez que doy un sorbo. Noto un gusto raro, extraño. Supongo que será el hielo, nada importante. Seguimos bailando y charlando.

Pasan los minutos. De repente, empiezo a notar un calor asfixiante. Se me acelera la respiración. Me estoy agobiando, así que busco un sitio donde sentarme, un poco aislado de la gente. Por un segundo me da la  impresión de que se me nubla la vista. ¿Qué me está pasando?
Intento enfocar a la gente y no soy capaz. Todo son figuras borrosas e inestables que se empiezan a tambalear. Suspiro. Noto el latido de mi corazón, ahora acelerado, en la sien. Las figuras se abalanzan sobre mí dando vueltas a mi alrededor. Cierro y aprieto los párpados. Nada. Siento que me pesan demasiado. Cierro los ojos. Siento que me inclino hacia la derecha. Intento ponerme recta, pero no controlo mi equilibrio. Oigo la voz de Rocío, y siento una presión en los hombros. Me está zarandeando. Abro los ojos, y detrás de ella puedo reconocer algo. La sonrisa de Sergio.

Pierdo la noción del tiempo y del espacio.

lunes, 8 de octubre de 2012

18. Desencuentro.

Acabamos el día viendo juntos al atardecer, sentados en un banco. Pequeños detalles que hacen mágico el momento, como los destellos que el sol y el cielo rojizos producen en el agua, la suave brisa que acaricia mi pelo y me trae bocanadas de aire con olor a Pablo, su brazo rodeándome, su barba haciéndome cosquillas en las mejillas, sus besos en mi cuello.

En seguida empezó a anochecer y volvimos a casa entre risas y miradas. De repente, suena mi móvil. Es Rocío, mi mejor amiga. ¿Qué pasará ahora?
—Pablo, no hables.—Bajo el volumen de la radio y descuelgo. —¡Hola!
—Hola desaparecida, ¿dónde estás?
—Mmm...me aburría y he salido a correr un rato.
—¡Si se oye un coche!
—Sí, es que estoy al lado de la carretera...
—Bueno, vale, da igual. Vienes esta noche, ¿no?
—¿Esta noche? ¿A dónde?—Miro a Pablo con cara de no tener ni idea de nada, y él me sonríe.
—Tía, la fiesta en casa de Blanca. La organizamos ayer, no te habrá avisado nadie.
—¿Y qué se celebra?
—Nada, una borrachera en una bonita noche de verano como hoy.—Noche de verano que yo quería pasar con Pablo.—Es una fiesta ibicenca, te paso a buscar a las nueve y media por tu casa, ¿vale?
—Bueno, vale...Venga, hasta luego.
—Chao.

Ya me habían destrozado los planes. La verdad es que no tenía planes, pero sí tenía pensado estar con Pablo. Teníamos que aprovechar los pocos días que tenía libres antes de seguir con la gira, aunque de todas formas como ahora vivía en Madrid nos podríamos ver sin problemas. Le explico a Pablo lo que me ha dicho Rocío. Por su cara de desilusión se ve que él también tenía pensado pasar esta noche conmigo.

—No pasa nada mi niña, ya nos vemos mañana. Pero ten cuidado, ¿vale?
—Tranquilo, sé controlarme.
—Así me gusta.—Se ríe.—Buenas noches mi niña.
—Hasta mañana Pablete.

Nos despedimos entre besos y caricias. Me preparé rápido, me duché y me vestí de blanco como en todas las fiestas ibicencas. Casi se me olvida, pero justo antes de salir de casa le di de comer a Caramelo.
La verdad es que no me apetecía nada. Estaba cansada, y mi mente estaba ocupada en recordar todos y cada uno de los momentos que he pasado con Pablo hoy. Eran cosas tan sencillas y a la vez tan románticas... Me llenaba, me sentía llena de vida. Soy de las que se divierte más viendo una película con tus amigas o con tu novio, tomando chocolate caliente y arropados juntos con una manta, que saliendo de fiesta viendo emborracharse a todos tus amigos. Yo decidí desde que todo mi grupo empezó a beber alcohol a no hacerlo de la manera en que lo hacían ellos, dadas las consecuencias. Con eso no quería decir que no iba a tomarme un cubata, pero que por supuesto, me controlaría. Uno y no más.

La fiesta era en el jardín de la casa de Blanca, enorme, con césped, chiringuito, y piscina incluidas. Esta vez habían montado una caseta enorme para la ocasión. La primera media hora la pasé saludando a la gente que hacía tiempo que no veía, charlando con todo el mundo y bailando un poco.

Rocío me agarra del brazo y me habla al oído.
—Eh, tía, me han dicho que ha venido Sergio. La gente comenta que va a por ti.
Simplemente puse cara de 'Pues vale', y le di las gracias a Rocío por contármelo.
No tiene ninguna oportunidad. Absolutamente ninguna.
Mientras me repetía eso en mi cabeza, aparece Sergio entre la gente. Cientos de personas y nuestras miradas se cruzan. Viene decidido a saludarme. La verdad es que no sé cómo actuar, ni tampoco sé cómo lo hará él.
—¡Marina!—Levanta la mano para que le vea.
—Hola.—Me da dos besos. Está muy cambiado.
—¡Cuánto tiempo! Estás guapísima.—Me lanza una mirada que ignoro a toda costa, al igual que su comentario.
—Sí, hace muchísimo que no nos vemos.
—¿Qué es de tu vida?—Estoy segura de que sabe dónde he estado este verano y lo que he hecho. Al fin y al cabo, mi mejor amiga también es la suya.
—Pues no he hecho nada en especial, ahora estoy sola en casa porque mis padres se han ido de vacaciones.
Quizá no debí haber dicho eso.
—¿Y tú?
—Yo en el barrio, con los colegas. Oye, ¿te vienes después a dar una vuelta conmigo?—Me miró con una sonrisa tan asquerosa en la cara que deseé poder borrársela de inmediato. Sabía perfectamente que con "ir a dar una vuelta" él no se refería precisamente a dar un paseo los dos juntos.
—No.—Rotundo y sin oportunidad de cambiar— Si me disculpas, estoy buscando a Rocío.—Me doy la vuelta, pero me agarra del brazo.
—¿Seguro?—Me mira con el ceño fruncido, amenazante.
—¡Me haces daño! Claro que estoy segura.
Me mira de arriba a abajo con una sonrisa. ¿Por qué sonríe? Ni idea. Ha sido un 'desencuentro' en toda regla. Prefiero no prestarle atención.
Ha cambiado muchísimo desde la última vez que le vi, ya no se parece en nada al chico del que estuve enamorada hace tiempo. Sé que sus padres se separaron y él se fue a vivir con su madre a un barrio cercano. El barrio tiene mala fama...drogas, alcohol... Debe haber hecho amistades allí que le han influido demasiado. Incluso tiene un aspecto descuidado y se ha hecho un tatuaje en el brazo.

sábado, 29 de septiembre de 2012

17. Desgastamos el momento.

En este momento, no se me ocurría nada comparable a la sensación de caminar junto a Pablo a lo largo de este parque. Con tal solo una mirada suya conseguía ponerme nerviosa, y en realidad, me encantaba que lo hiciera: me hacía recordar a cada segundo que estaba enamorada.
Cuando dije que el parque era enorme, no era consciente de lo enorme que era. Llegamos a un lago, supongo que artificial, con patos, cisnes y peces como Caramelo pero a lo grande incluidos. Parecía sacado de un cuento.
Cruzamos juntos el conocido "Puente de hierro", que comunica con una pequeña isla en el centro del lago.
En él hay una especie de edificio con columnas recorridas por enredaderas en flor. Dentro hay sorprendentemente, un piano de cola blanco. Supongo que aquí harán una especie de espectáculo musical. No puedo evitar mi sorpresa, aunque estaba claro que todo esto Pablo ya lo sabía. Siempre lo tiene todo tal calculado... Es muy perfeccionista.
Nos acercamos al piano. Pablo me mira de una forma muy dulce pero a la vez pícara. Difícil de explicar, fácil de sentir. Como el amor.
Suelta mi mano mientras se toma la libertad de subir la tabla que cubre las teclas del piano. Acaricia la tecla más aguda, sin llegar a pulsarla. Su sensibilidad me fascina. Finalmente, la pulsa. El piano emite el sonido agudo correspondiente a la tecla, perfectamente afinado. El sonido se desvanece en el aire mezclándose con la brisa y el sonido del agua. Pablo toca dos teclas más alternativamente. Prueba al piano, desliza sus dedos por allí y por allá. Toca una melodía completamente desconocida para mí.
Me mira con una sonrisa sin dejar de tocar, coge aire, cierra los ojos y comienza a cantar.
Enséñame a rozarte lento, quiero aprender a quererte de nuevo... Susurrarte al oído que puedo. Si quieres te dejo un minuto pensarte mis besos, mi cuerpo y mi fuego. Que yo espero si tardas, porque creo que te debo mucho... 

Tengo los ojos húmedos sin poder evitarlo. Él sigue con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Verdad que por WhastApp no tendría gracia?
—Cierto...—Tengo la voz entrecortada.
—Es lo que he compuesto esta mañana. Aún no sé qué saldrá, pero tengo varias ideas. Una de ellas se me acaba de ocurrir hace un momento...
Vuelve a repetir el mismo proceso. Tantea las notas, buscando la correcta, la que encaja. Toca el piano sin dejar de mirarme, y empieza a cantar de nuevo. Ladea un poco la cabeza y levanta una ceja.
Vamos a jugar a escondernos, besarnos si de pronto nos vemos. Désnudame, y ya luego veremos. 
Reconozco perfectamente esa situación. Ha sido hace un momento, en el laberinto, cuando me he escondido y cuando nos hemos visto nos hemos besado. La idea de que una vivencia solamente nuestra esté incluida en una de sus canciones provoca en mí un sentimiento indescriptible. Estoy muy emocionada. Le abrazo.

Seguimos dando un paseo por el parque, y nos paramos en una zona preciosa. Nos paramos en varios sitios para hacernos fotos haciendo el tonto, mirándonos, sonriéndonos...pero la mejor de todas era en la que salíamos besándonos, yo sentada en el piano blanco y él sentado en la silla del piano. Cada vez que la veía me entraba un escalofrío.

Pasamos por un pequeño bar en el que le reconocieron. Él, siempre tan amable, se hizo una foto y les firmó un autógrafo a los camareros. Se notaba que le gustaban esos momentos, atendía a todos con una sonrisa y una cercanía difícil de encontrar en las personas. Nos compramos unos helados y nos sentamos en el césped. A medida que nuestros helados se van acabando vamos cambiando de postura, hasta que al final Pablo acaba tumbado con la cabeza apoyada en mi tripa. Nos quedamos en silencio escuchando los sonidos de la naturaleza, hasta que Pablo decide romperlo.

—¿Te puedo hacer una pregunta?—Me mira, levantando levemente la cabeza.
—Ya la has hecho.—Le sonrío.
—Mm...vale, ¿te puedo hacer otra?
—La has vuelto a hacer—Nos reímos juntos.—Venga, dime.
—¿Por qué te diste media vuelta cuando nos besamos en frente de la heladería?

Me pilla por sorpresa. Todo ocurrió muy rápido, ni siquiera sé con certeza por qué actué así. Nunca imaginé que Pablo me haría esta pregunta. Me quedo unos segundos pensativa.

—Tenía miedo. —Pablo no dice nada, espera a que continúe.—Miedo de que saliera mal, de que solamente fuese un beso, de ilusionarme, de volver a sentir mariposas en el estómago, de hacerte daño...

En ese momento me dí cuenta de lo identificada que me sentí con la canción 'Miedo', pero aún más con la introducción que Pablo hace cuando la canta en los conciertos.
"Cuando uno se enamora, tienes miedo de que no te quieran con la misma intensidad, que te sean infiel, o que te cuenten algo y te mientan... tienes siempre miedo a algo y no sabes por qué. Incluso cuando te hacen daño, te vuelves a enamorar una y otra vez..." 
Sabía que Pablo me iba a responder algo relacionado con la canción, era inevitable que pensase en ella. Era una situación similar a la que describe la canción.
—Con esa sensación escribí 'Miedo'. Menos mal que decidiste enfrentarte a él, mi niña. Realmente yo también me enfrenté al miedo, si no no hubiese hecho lo que hice. Se me cayó el mundo encima cuando te fuiste, qué vergüenza pasé por unos segundos.
—Lo siento—Me estaba aguantando la risa, hasta que al final no pude más y empecé a reír a carcajadas. No me había imaginado como se debió de sentir él. Ahora resultaba gracioso, pero era de suponer que en su momento no lo fue. Pablo me mira sorprendido por mi reacción.
Me acerco a él mientras le susurro "Lo siento tanto...". Mi pelo cae por su cuello y me detengo cuando mi cara está en frente de la suya. Nos sonreímos y le beso, de nuevo.
Se incorpora y me abraza, deslizando su mano entra la mía. Nuestras manos entrelazadas me recuerdan a una frase: '¿Ves los huecos entre mis dedos? Tienen la forma exacta para que encajen los tuyos.'

Acurrucados el uno en el otro, Pablo sigue cantando 'Sígueme', la canción con la que empezamos el día, con la que la que le hemos terminado y con la que le recordaremos para siempre.
Ahora puedo sentir que tú sientes lo que siento, cuerpo a cuerpo entrelazados desgastamos el momento...

domingo, 23 de septiembre de 2012

16. Sígueme.

Miro a un lado y a otro, desorientada, intentando buscar un punto de referencia con el que descubrir dónde me encontraba. Aunque en este momento no me importa. Estando con la persona que me ha llenado de vida en tan solo unos días, todo se quedaba pequeño. Todo a su lado era insignificante, no le llegaba ni a la punta de los talones. Él, él, él, y SOLAMENTE ÉL. Definitivamente, mis dudas habían desaparecido.

Sigo mirando de lado a lado cuando Pablo me da la mano y se planta delante de mí, quieto. Me sonríe, sin más.
—Sígueme.
Te daré mi corazón...—Canturreo con una sonrisilla, dando pasos al ritmo de la canción.
Pablo me mira extrañado, ladeando un poco la cabeza.
No lo mates, por favor, y deja que sueñe...—Sigo cantando hasta que reconoce la canción y la canta él.
Seguiré la señal que tú me das, como el río cuando va con su corriente. Manuel Carrasco, bonita canción, ¿eh?
—Muy, muy bonita.
Damos toda la vuelta al aparcamiento mientras tarareamos juntos la canción, agarrados de la mano.
Finalmente, consigo verlo. Es un parque enorme. De momento solo alcanzo a ver la puerta principal y los muros que le bordean. Miro por el rabillo del ojo a Pablo, sonriente. Justo al lado de la puerta, hay una placa de metal oxidado. Paso el dedo índice por la fría placa al mismo tiempo que leo la inscripción en voz alta.

"Parque El Capricho
Alameda de Osasuna
Construido en 1787 por la Duquesa de Osasuna"
Miro a Pablo con una sonrisa, esperando su reacción. Parece que él ya lo tiene todo planeado. Entramos en el parque. Los caminos son de arena, acotados por jardines verdes en todas direcciones. Se respira un aire tranquilo y fresco, a años luz de aglomeraciones y agobios. Paz y tranquilidad en estado puro. Solamente se escucha el constante sonido que producen las hojas y ramas de los árboles movidas levemente por el viento, acompañado del piar de los pájaros. Me emociona el simple hecho de que nuestros pasos vayan al mismo ritmo sobre la arena, mientras nuestros dedos siguen entrelazados. El día acompaña, hace un sol espléndido, aunque de vez en cuando se esconde entre alguna que otra nubecilla blanca y esponjosa.

—Esto es precioso...
Pablo me sonríe cálidamente. Seguimos dando un paseo sin prisas. Pasamos por varias fuentes y el camino se divide. A la derecha hay un laberinto con formas rectangulares y cuadradas. Siempre había querido perderme en un laberinto, es una de las cosas que siempre me ha dado intriga y curiosidad. Me parecía divertido tener que buscar el recorrido para volver a salir de allí.
Me río para mis adentros, doy dos zancadas para poder girarme y darle la cara a Pablo mientras sigo andando hacia atrás. Me acerco a él y le doy un beso en la mejilla. Dos segundos después hecho a correr hacia uno de los pasillos del laberinto, mientras grito, "¡Tú la llevas!" .
Pablo no lo duda y en seguida me sigue el juego. Giro hacia la derecha, y después hacia la izquierda. Retrocedo sobre mis pasos porque encuentro un callejón y sigo corriendo. Me sorprendo al encontrar un banco en medio del laberinto, junto a otra pequeña fuente.
—¡Marinaaaaaaaaaaa!
Me echo a reír en cuanto oigo su voz. Está cerca, de hecho nos escuchamos perfectamente pero no me ve, ni yo a él.
—Podíamos haber hecho como Pulgarcito y dejar miguitas de pan para no perdernos...
No puedo dejar de reír. Cualquiera que viese a Pablo hablando aparentemente solo en medio de un laberinto lo tomaría por loco.
No teníamos miguitas de pan, pero sí le dejaría un rastro. Alcanzo un palo caído y empiezo a escribir sobre la arena.
"Porque si te pierdo yo no me encuentro,
porque eres parte de todo lo que soy."
Apoyo el palo en el suelo y camino, de manera que va quedando una línea que sigue mis pasos. En cuanto Pablo viese lo que he escrito en el suelo, seguiría el camino hasta que me encontraría. No me alejo demasiado, tan solo giro en un sentido y le espero.
Parece que Pablo acaba de llegar al banco. Por un momento pienso que no se ha fijado en lo que he escrito,  hasta que le oigo reírse bajito. Comienza a cantar ese trozo de No te olvidaré.
Cuento hasta tres, espero el momento indicado para salir, justo cuando termine de cantar esa frase.
—Porque eres parte de todo lo que soy...
Voy directa a sus brazos. Me coge por la cintura, me eleva y yo entrelazo mis piernas al rededor de su cadera. Juntamos nuestras frentes y nos sonreímos. ¿Para qué hablar si nuestros ojos lo delatan todo? Nos besamos. Un beso largo e intenso, que termina en un mordisco de Pablo. Que por cierto, me vuelve loca.
—Entonces, ¿decías que no habías visto que era pasional?
—Mmm...bueno...—Le pico, quiero saber hasta dónde puede llegar.
—Ya lo veremos...—Me mira con una sonrisa pilla,  hasta que los dos acabamos riéndonos.
Estamos a dos metros de lo que acababa de escribir en el suelo. Dirijo la mirada hacia la frase, y después hacia Pablo. Era una manera de preguntarle qué le había parecido sin palabras.
—Precioso. Como tú.

martes, 18 de septiembre de 2012

15. Maldita idea

La verdad es que no sabía como me sentía. Era una situación muy incómoda. Lo único que tenía claro es que hiciese lo que hiciese, iba a perder una oportunidad. La de tener una relación con Pablo o con Sergio. Pero al hacerlo, sin darme cuenta, me estaba planteando dejar a Pablo. En cuanto fui consciente de ello retiré ese pensamiento de mi mente, aunque estaba segura de que se quedaría un rato más danzando por mi cabeza. Necesitaba ver a Pablo. Sabía que en cuanto le viese, esa maldita idea desaparecería. Y aquí estaba mi príncipe, mi Superman, tan puntual, listo para salvarme a mí y a nuestra relación.

"Buenos días mi niña"
"Buenos días Pablete, ¿Qué tal?
"Muy bien, estaba componiendo hasta hace un minuto."
"¿Qué has compuesto?"
"Si te lo digo por WhatsApp no tiene gracia"
"Gamberro...¿Cuándo me lo dices en persona?"
"Decide tú"
"Vale, a las cinco, pero decide tú el lugar :) "
"No sabes lo que acabas de hacer, ¡que estoy muy loco!"
"Ya, y eres muy pasional, lo sé. Aunque todavía no he podido comprobarlo."
"Me gustaría haber tenido esta conversación cara a cara."
"jajajajajajajajaja no tienes remedio"
"jajajajajaaja a las cinco paso por tu casa, ¡prepárate!"

Dejé el móvil y me puse a hacer la comida. Hoy me apetecía algo ligero, así que me hice una ensalada de pasta.
No sabía nada de mi familia desde que se había ido de vacaciones. Tampoco les había echado de menos. Por un momento pensé en llamarles, pero no lo hice. La que se quedaba sola en casa era yo, así que si alguien se tenía que dignar a llamar eran ellos.
Terminé de comer y me planté delante del armario. No sabía que ponerme. Me recordó a un tweet que leí hace poco: "Los armarios de las mujeres están llenos de 'no sé qué ponerme'." Fue gracioso. En cuanto abrí el armario tuve un flashback. Vi a Pablo saliendo de él con una sonrisa.
Se me escapó una carcajada. Aún sin que él estuviera presente era capaz de hacerme reír.

"Pablo, tengo un problema."
"¿Ha pasado algo?"
"No te asustes...es que no sé que ponerme, como no sé a dónde me llevas..."
"jajajajajajaja con cualquier cosa vas a estar guapa. Vístete como si fuésemos a dar una vuelta por el centro de Madrid."
"¿Es eso lo que vamos a hacer?
"Sí pero no"
"Vamos, me lo has aclarado todo...jajajajaja"
"Te veo dentro de media hora"

¡Qué tarde se había hecho! Hace calor, así que me pongo unos pantalones cortos y una blusa blanca con unos zapatos de tacón. Me pinto, me aliso el pelo y en seguida suena el timbre.
Allí estaba él, de nuevo. Se había puesto uno de sus pantalones de colores, los verdes azulados, con una camisa blanca. Guapísimo.
Se quedó mirándome a los ojos y se mordió el labio. Nos besamos cuando ni siquiera nos habíamos saludado. Susurra un "Hola, mi niña" en medio del beso.
—Venga, ¡vámonos!—Me da la mano, se da la vuelta y echa a andar. Se nota que tiene ganas de ir a donde él ha decido y yo desconozco, tanto que no se ha dado cuenta de que no me he puesto los zapatos.
—Pablo, Pablo, espera, ¿no me ves nada raro?—Me mira asustado pero en seguida se da cuenta.
—Date prisa, ¡que me voy sin ti!—Suelta una carcajada mientras yo recorro todo el pasillo de mi casa hasta llegar a mi habitación. Me pongo los zapatos y vuelvo a salir. Cierro la puerta detrás de mí y me monto en el coche de Pablo, en el asiento del copiloto. Me mira con una sonrisa pícara en su boca.
—¿De verdad pensabas irte sin mí?
—Nunca.
Me sostiene la mirada, y yo a él. A medida que pasan los segundos nuestras sonrisas se hacen más grandes por momentos, hasta que los dos somos incapaces de sonreír más. Nos fundimos en un tierno beso.
Quita el freno de mano y el coche se pone en marcha. Todo el coche huele al perfume Cool Water, como él.

Después de tres cuartos de hora de viaje, al final llegamos a un aparcamiento. De momento no veo nada relevante, ningún edificio o sitio donde Pablo me ha traído.

domingo, 16 de septiembre de 2012

14. Ahora no.

Miércoles por la mañana. Me quedaban todavía unos días para estar con Pablo hasta el domingo. Todo parecía irreal, cuando estaba con él todo era perfecto. Solo existíamos él y yo, ya pensaría en el resto de la gente cuando me demuestren que me quieren. Era increíble. Tan solo llevábamos juntos dos días y estaba más ilusionada que nunca. Amor...creo que lo llaman así.

Suena te he echado de menos. Ah, era mi móvil. Lo dejo sonar un rato tan solo para escuchar su voz. Descuelgo y hablo con voz de dormida. Dormida y enamorada.
—¿Si?
—Hola, desaparecida.
—Ah, ¡Rocío! ¿Qué tal?
Era mi mejor amiga. No había quedado con ella ayer, supongo que me llama para que nos veamos. La verdad es que no me gusta ocultárselo, pero de momento no le diré nada sobre lo mío con Pablo.
—Todo bien, pero necesito hablar contigo.
—Bueno, pues ya estás hablando conmigo.
—Prefiero contártelo en persona. ¿Cuándo puedes quedar?
Me pilla un poco desprevenida. ¿Qué sería tan importante para querer decírmelo en persona? Me preocupo.
—Sí, claro, esta mañana puedo.—Le diré a Pablo que no puedo quedar con él...—¿Qué es tan importante?
—Luego te cuento, a las 12 voy a tu casa.
—Vale, nos vemos.
Sigo en la cama, boca arriba. Me giro para ver nadar a Caramelo, él siempre tan ajeno a los problemas... Me pica la curiosidad. No soy capaz de imaginarme qué me querría contar.
Me visto, desayuno, preparo todo e incluso me da tiempo a acercarme al Mercadona de la esquina y comprar comida.
Cuando vuelvo, Rocío está sentada en uno de los bancos que recorren toda mi calle.
—¡Hola!—Sonrío. Pero ella está seria.
—Tía, tenemos que hablar. Es sobre Sergio...
Me cambia la cara por completo. Sergio es el chico del que llevaba enamorada toda la vida. Siempre he sentido algo por él, pero nunca ha pasado nada. Tiene 20 años. Nos conocemos desde que teníamos trece años porque mi grupo de amigos y el suyo empezaron a quedar todos juntos. Sé que él sabe que me gustaba, pero ninguno de los dos ha actuado nunca.
—Eh, Marina, te has quedado eclipsada.
—Perdón...¿Qué pasa con Sergio?
—He estado hablando con él, ya sabes que es mi mejor amigo. Me ha confesado que cree que siente algo por ti.
—Ah...
—Eh, ¿pero qué te pasa? ¿Es que no te alegras? ¡Es tu oportunidad!
—No, no. Ahora no. Justo ahora...
—¿Justo ahora qué? Marina, ¿eres tú? ¿La que lleva toda la vida por él?
—Ya no. No. Pfffff... No puedo. Mejor dicho, no quiero.
—¿Me estás diciendo esto en serio?
—Completamente en serio. No quiero nada con él.
—¿Y ese cambio de decisión?
¿Qué la podía decir? No me gustaba mentir, y menos a ella.
—He conocido a alguien...
Rocío se queda mirándome, incrédula.
—No me lo puedo creer. ¿Y quién se supone que es?
No sé si decírselo o no. Apenas llevamos una semana juntos y al ser un personaje conocido no sería positivo para él que la prensa se enterase, aunque confiaba en Rocío. Además, temía que no me diese su aprobación. Aunque en realidad tampoco la necesitaba, si quería estar con Pablo estaría con Pablo le pase a quien le pese.
—Aún no puedo decírtelo, lo siento....
—...
—Por favor, entiéndeme. En cuanto pueda te lo contaré todo.
—Vale, no te preocupes. Sabes que siempre he estado a tu lado y siempre lo estaré. Pero llámame cuando estés preparada y quieras contármelo, ¿vale?
Me limito a abrazarla.
—Gracias...
—Anda, no hay de qué. Me voy, ya sabes, lo que te he dicho. Llámame cuando quieras.
Se aleja y me quedo sola sentada en el banco, mirando hacia el suelo. Desde luego, si hubiese más personas como Rocío el mundo iría mucho mejor. Analizo lo que acaba de pasar.

Ahora que había encontrado mi felicidad en Pablo, me la quería dar otra persona. No estaba dispuesta a dejar pasar mi relación con Pablo solo porque a Sergio se le hubiese ocurrido quererme. Perdí demasiado tiempo enamorada de él. Y es hora de recuperarlo. Pero con Pablo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

13. ¿Hace falta ir más despacio?

Estoy inmersa en mis pensamientos cuando suena el timbre. Salgo corriendo hacia la puerta, pero regreso sobre mis pasos para mirarme en el espejo. Me coloco un poco el pelo con los dedos y voy a abrir.
Y allí está él de nuevo, con una camisa blanca, unos vaqueros y una sonrisa preciosa que le ilumina toda la cara.
—¡Hola Pablete!—Le abrazo.
—Hola mi niña.
—Ven, pasa, que te enseño la casa.
Le conduzco por toda la casa, dejando mi habitación para el final.
—Ven, ahora vamos a mi habitación.
Le llevo hasta allí. Pablo se queda mirando las paredes, cada rincón, los pósters en el que aparece un tal Pablo Alborán de mirada inexpresiva si la comparas con los ojos que ahora estaban fijándose en cada detalle de mi habitación. Llaman al teléfono de casa.
—Ahora vengo, voy a cogerlo. —Le sonrío.
Me pregunto qué pensará Pablo sobre mi habitación... Es en uno de los sitios donde se puede ver la personalidad de la gente. Me llamaba una amiga para quedar esta tarde. Puse una escusa y colgué.
Cuando volví, Pablo estaba en frente del corcho, escribiendo algo en el calendario con un rotulador rojo.
Me acerco a él por detrás y me fijo en lo que ha trazado. Ha dibujado un corazón sobre el día de ayer, en el que había una nota que ponía "Galileo Galilei".
Me quedo mirando el calendario. Esperaba una explicación. Quizás era el día en el que empezamos a salir y yo aún no lo sabía. Era el momento de comprobarlo.
—Pablete, ¿qué significa ese día para ti?—Aún estoy detrás de él, mirando al calendario. Estaba realmente nerviosa.
—Ayer...fue el día en el que supe que tu también me querías.
Se gira lentamente y mi mirada se encuentra con la suya. Me quedo sin palabras, sin saber cómo reaccionar. Pero él si sabe. Me acaricia la mejilla y me besa. Lenta pero pasionalmente. Se me erizan el vello de la nuca.
Nos sonreímos los dos.
—¿Qué estabas haciendo antes de que yo llegara?
—Pues estaba sentada en la ca...—Medio segundo después Pablo ya está sentado en la cama, alargándome la mano para que me sentara con él. Nos reímos los dos y me siento a su lado.
—¿Cómo se llama tu amigo?
—¿Mi amigo?—No sabía de que me hablaba.
—Sí, ese rubio...
Le pongo una cara rara, haciéndole saber que no tenía ni idea de a dónde quería llegar. Pablo se empieza a reír.
—El pez amarillo—Se sigue riendo.
—¡Ah! Qué tonto eres...—Me río con él.—Se llama Caramelo. Le tengo desde hace bastante tiempo. Parece que no, pero se le coge cariño. Siempre que necesito aclarar ideas observo como nada.
Pablo me mira y sonríe.
—Yo tengo dos perros.
—Sí, Simón y Trampi.
—No es justo, tú sabes todo sobre mi vida y yo no se nada. Estamos en desventaja, así que...cuéntame cosas sobre ti.
Me empiezo a reír mientras él se acurruca en la cama poniendo cara de interesante para que le cuente cosas.
—Pues a ver...Me llamo Marina, ¿eso lo sabías? —Me río — tengo dieciocho años, he terminado bachillerato de ciencias con unas notas excelentes pero para mis padres nada es suficiente. Tengo un hermano de 15 años, se llama Alex. —Dudo si decírselo o no. Prefiero no ocultárselo — Siento decirte esto, pero no le caes bien.—Pablo levanta una ceja.— En realidad creo que te tiene envidia. La convivencia en mi casa es muy complicada. Desde que tengo doce años he tenido que aprender a cocinar y a manejarme completamente sola porque mis padres se van a menudo de viaje de negocios, a veces de hasta dos semanas. Siempre se llevan a mi hermano con la escusa de que él es más pequeño. Me he criado prácticamente sola. Y aquí me tienes...
Nunca le había contado esto a nadie. Todas mis amigas lo sabían, pero porque lo habías visto. Contado por mí me daba cuenta de lo desgarrador que sonaba.
Pablo me mira con la boca abierta.
—Uau... No me lo habría imaginado nunca. No sé si sería capaz de ser feliz estando en tu situación. Yo estoy acostumbrado a que en mi familia todos seamos una piña. Eres muy valiente...
—Tranquilo, no te compadezcas de mí, que lo llevo bien.—Le sonrío.—¿Sabes? Nunca le había contado así esto a alguien. Me inspiras confianza. Bueno, al fin y al cabo tú no me conocías, pero yo a ti sí.
—Sí, en eso tienes razón. ¿Hacemos una ronda de preguntas?
—Vale, ¿cómo va?
—Uno pregunta y el otro responde—Me sonríe.
—¡Empiezo! —Me río. Tengo una pregunta en mente desde hace tiempo y este es el momento perfecto para dejarla ir. —Pablete, ¿por qué yo?
Pablo se queda en silencio unos segundos, manteniéndome la mirada. Por un momento pienso que no ha entendido la pregunta, pero no es así.
—Me colé por la puerta de atrás, pero no preguntes de donde vengo, me he perdido dos veces y me he dejado llevar, por lo que sentía por dentro, encontré tu perfume y el aire me lo llevó hasta meterse en mi cuerpo...
Canta el estribillo de Me colé por la puerta de atrás. Tengo la piel de gallina y los pelos de punta. Le enseño el brazo para que lo compruebe.
—Con que un flechazo, ¿eh?—Le respondo entre risas.
—Así es. ¿Y... por qué yo?
—Bueno, a mí me dio el flechazo hace tiempo, cuando le di al click a "Solamente tú en mi casa".
Ahora es él el que me enseña el brazo con la piel de gallina. Nos volvemos a reír.
—No tenemos remedio...
Nuestras risas se apagan y nos quedamos los dos en silencio, mirando hacia delante.
—Pablo...¿no crees que hemos ido un poco rápido? No sé, hace una semana yo era una completa desconocida para ti...
Se queda pensativo.
—¿Hace falta ir más despacio cuando te vuelves adicto a una sonrisa?
En ese momento, la sonrisa a la que Pablo es adicto no puede ser mayor, y la suya tampoco.
Pone su mano en mi mejilla y acaricia con el pulgar mis labios, mientras yo le miro. No hay mirada más dulce que la suya. Cierra los ojos lentamente mientras sus labios rozan los míos para terminar en un tierno beso.
En ese momento, llaman al timbre. Los dos damos un respingo y nos mirados asustados. La situación me recuerda a la que vivimos en la furgoneta el día que me conoció.
—¡Corre, corre, corre! ¡Métete en el armario! ¡No pueden verte aquí!
Pablo se empieza a reír pero yo le beso en los labios para que no hiciera ruido. Dicen que la mejor forma de callar a alguien es con un beso. Y sí, a Pablo le gustó. Se muerde el labio mientras yo le empujo hacia el armario en el que acaba entrando.
—No te muevas de ahí y no hagas ruido...
Oigo la risa de Pablo que está haciendo todo lo posible para que no suene mucho.
Salgo corriendo hacia la puerta. Era la amiga que me había llamado por teléfono. Se aburría y me había venido a buscar. Dije que me dolía un poco la cabeza, que no saldría.
—¿En serio? Pues estás muy contenta como para que te duela la cabeza.
Era cierto, no podía ocultar mi sonrisa.
—Ya, es que estaba viendo una peli de risa, tienes que verla, es genial.
—Ya, bueno, sí, lo que tu digas. ¿Y esta noche sales?
—Si se me pasa el dolor de cabeza sí.
—Vale, me llamas.
—De acuerdo, ¡hasta luego!
Cerré la puerta y salí corriendo para sacar a Pablo.
Le abro la puerta y el sale con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Y esa felicidad?
—Olía a ti por todas partes...—Tiene cara de estar en las nubes.
—Qué tonto eres...—Nos empezamos a reír los dos.
Su mano roza mi mano, sus dedos se entrelazan con los míos mientras que su mano libre recorre mi espalda. Le abrazo. Le abrazo con fuerza, apoyando mi frente en el hueco de su hombro. Levanto levemente la cabeza y me besa. Sin prisas, pero sin pausas. Con amor, con mucho amor.

No sé si soy yo la que está dando vueltas o el mundo está del revés. Me imagino a mí misma como un dibujo animado con corazones rojos que giran al rededor de mi cabeza, como una niña saltando de nube en nube con pajaritos amarillos revoloteando a mi alrededor, rodeada de rosas, tartas de nata y guindas. Cientos de mariposas de colores parecían aflorar en mi interior.
Sí, estaba enamorada.

viernes, 31 de agosto de 2012

12. ¿Qué somos?

Perezosa y agitada mañana de domingo. Me despierta el ruido de algo arrastrándose por toda la casa. Analizo los sonidos, aún sin abrir los ojos. Efectivamente, son maletas. Perfecto, se van de vacaciones.
No sé qué pensar. Mi propia familia no cuenta conmigo para irse juntos a la playa, aunque si lo miro por otra parte, me alegro de que no lo hayan hecho. No soportaría un día todos juntos con el ambiente que hay. Además, así podría estar con Pablo sin preocuparme de ellos durante una semana entera.
Mi madre abre la puerta de mi habitación.
—Marina, ¿estás despierta?
—Ahora sí.
—Nos vamos a Huelva de vacaciones, tu hermano también viene. Volvemos el domingo después de comer. Ya sabes arreglártelas sola. Cuídate.—Me da un beso en la mejilla y sale de la habitación.
Oigo como salen de la casa y cierran la puerta detrás de ellos.
Me lo imaginaba. Ni me han preguntado por el show, y mi hermano y mi padre ni siquiera se han dignado a entrar a despedirse. Al menos yo no soy como ellos y espero que disfruten de las vacaciones.

Intento no rayarme, no darle importancia, pero sé que este tema me puede. Necesito pensar en otra cosa. Pensaré en Pablo.
Ahora me invadían las típicas dudas que tienen dos personas al principio de una relación: ¿Qué somos?
Si es que llegamos a ser algo... Por mi parte, no ha sido solamente un beso apasionado...pero ¿por la suya?
Necesitaba aclarar todas esas dudas. Pero yo no me siento con la confianza suficiente como para mandarle un WhastApp y quedar. Tengo que buscar soluciones...
Al parecer, Pablo me lee la mente y mi móvil vibra.
"Buenos días pequeña."
"Buenos días Pablete"
"¿Te apetece quedar dentro de un rato?"
"Por supuesto. ¿Qué sueles hacer en las mañanas de verano?"
"Salgo a correr. ¿Te apuntas?"
"Por mí perfecto."
"¿Dónde quedamos?"
"Mis padres ya se han ido de vacaciones, así que puedes pasar a recogerme a mi casa"
"Vale, en un hora estoy allí."

Me levanto de la cama de un salto y levanto la persiana, tengo que prepararme. Hace un día precioso.

"¡Nos vemos Pablete!"
"Hasta luego mi niña"

Se nota que ni él ni yo somos de hablar por WhatsApp. Preferimos a la cara, dónde se puedan ver los sentimientos y reacciones de la otra persona. Dejo el móvil y me pongo a desayunar. Tendré que ir a comprar antes del miércoles o me quedaré sin reservas. Ahora que estaba sola se respiraba una tranquilidad en casa que nunca se hubiera conseguido si mi hermano merodease por ahí.

Puse el acústico de Pablo a todo volumen y me vestí. Me puse unos pantalones blancos cortitos de hacer deporte y una básica negra de tirantes. Aproveché que todavía me quedaba tiempo para ordenar un poco toda la casa.
Son las doce menos tres minutos y suena el timbre. Me sorprende que sea puntual, porque Pablo siempre llega justo de tiempo a todas las entrevistas. Aunque supongo que cuando llega tarde son por temas externos a él.
Una sensación extraña me recorre de arriba a abajo. Estoy nerviosa, sí. Al fin y al cabo sigue siendo mi ídolo y todavía no he asimilado todo lo que me está pasando. No sé si asimilarlo me vendrá mejor o peor.
Respiro hondo y abro la puerta. En mi cara se dibuja una de mis mejores sonrisas solo con verle.
Lleva sus gafas de sol, un pantalón de hacer deporte por la rodilla, una camiseta blanca normal y corriente y el pelo ligeramente despeinado. Se me hace raro verle en chándal, pero está guapísimo.
—¡Buenos días pequeña!
—¡Buenos días Pablete!—Nos damos dos besos.
Pablo sonríe al reconocerse en la música, porque el CD de En Acústico todavía no había acabado.
—¿Ya estás lista?
—Sí, voy a parar la música y en seguida salimos.
Salimos de casa.
—¿Hacia donde vamos Pablete?
—Por aquí cerca hay un parque precioso y muy tranquilo.
—Perfecto, ¡vamos allí!
Se me notaba en la voz que estaba ilusionada. Y a él también, aunque parecía un poco inseguro. Estaba raro...
Pasamos una hora corriendo. Casi no podíamos hablar porque íbamos a un paso demasiado rápido.
Fue una buena experiencia, sobre todo al lado de Pablo. Solo era capaz de oír su agitada respiración. Me ponía la piel de gallina.
Volvimos a casa. Yo quería pasar más tiempo con él. Además, aún no sabía qué eramos, ni lo que él quería...
—¿Te apetece quedarte a comer? Estoy sola en casa.
—Me tengo que duchar y cambiarme de ropa. ¿Quedamos después?
—Vale, sí, mejor.
—Vengo aquí a las cinco.
—Perfecto.—En casi un impulso, un acto casi involuntario, le doy un beso en los labios. Rápido, fugaz. Ni siquiera lo había pensado, me había salido solo. Necesitaba sus besos. Pablo se quedó un poco sorprendido, pero su sonrisa se ensanchó.
—Hasta luego pequeña.—Se fue alejando  hacia su coche, pero antes de montar en él se da la vuelta y me tira un beso, sonriéndome.

Cierro la puerta de casa y me quedo apoyada en ella desde dentro. No hay manera de consiga creerme que todo es real.
Me ducho, me cambio de ropa y preparo la comida. Como tranquilamente y dejo todo recogido. No tenía prisa, había tiempo suficiente. Ahora eran las cuatro de la tarde, todavía quedaba una hora para ver a Pablo.
Voy a mi habitación y coloco los cojines de mi cama formando un respaldo sobre la pared. Ahora la cama parece un sofá. Decido ver la tele mientras espero a Pablo.
Tan solo pasaron diez minutos cuando me di cuenta de que no le estaba prestando atención a la televisión. Estaba pensando.
Antes de ver a Pablo, necesitaba aclarar las ideas. Esta mañana ha estado un poco raro, pero si ha quedado conmigo es por algo... quizás quería decirme que no somos nada, pero no ha visto una oportunidad para decirlo. Estoy confusa. Tal vez esté siendo demasiado negativa...o realista.

viernes, 24 de agosto de 2012

11. Miradas de enamorados.

Terminamos nuestro segundo beso sonriendo los dos a la vez. No existe mejor sabor que la risa de otra persona en tu boca.
Me mira. Supongo que no sabe por qué he actuado así. Primero me he alejado pero después he vuelto sobre mis pasos para besarle. Así son las batallas entre el corazón y la razón.
Nos abrazamos. Cierro los ojos y sonrío. Noto que Pablo se empieza a reír en mi oreja.
—¿De qué te ríes?
—De que el heladero lleva asomado al cristal desde que hemos salido y lo ha visto todo—Soltamos una carcajada los dos.
A Pablo le brillan los ojos. Nunca he visto tanta dulzura en una persona. Dirige su mirada hacia su helado y a el mío.
—Pues sí que estaba rico el de Caramelo de Alborán.
—Si todavía no lo has probado.
—Sí. En tus labios...
—Tonto... ¿Y si nos acabamos los helados? Te le cambio si quieres.
Vamos hacia un banco que había a unos diez metros, pero antes de comenzar a andar, Pablo se vuelve hacia la heladería y se despide del heladero con la mano.
—Gamberro...—Nos reímos los dos.
Nos acabamos los helados entre risas y miradas de enamorados. Yo apoyo la cabeza en su pecho y él me rodea con el brazo.
—¿Qué vas a hacer mañana?
—No lo sé. Con mis padres cada día es diferente. Creo que estos días han estado hablando de irse de vacaciones, aunque no creo que vaya con ellos. Así que tengo la semana libre. ¿Y tú?
—Si me dejas, estar contigo.—Junta su mejilla a mi cabeza— Esta semana no tengo ningún concierto ni firma. Pásame tu móvil, anda.
—Ahí tienes.—Se lo doy. Pablo sonríe mientras apunta su número.
Ha guardado el contacto a nombre de "Pablete". Sonrío y le doy un beso en la mejilla.
—Ahora dame tú el tuyo.
Guardo mi número como "Mi niña". Pablo suspira y me abraza con el brazo que tenía detrás de mi.
—Me duelen las mejillas.—Le digo.
—¿Y eso?
—De sonreír por tenerte a mi lado.
Entonces, pone su mano en mi barbilla, me inclina la cabeza hacia arriba y me besa de nuevo.
No puedo describir lo que siento cuando me besa, todas las palabras carecen del significado necesario para expresarlo.
Miro la hora del reloj. Doy un respingo.
—Qué tarde es...
—Sí, deberías descansar. Dejarte la voz en el escenario es agotador.
—Lo dices por experiencia, ¿no? Me encantaría haber ido a tu concierto...
—Si hubieras venido puede que hoy no estuviéramos aquí, así que... ¿Quieres que te acompañe al portal?
—No hace falta, no te preocupes. ¿Dónde vas a dormir tú?
—En mi casa de aquí, en Madrid. Está a una media hora en coche de aquí.
—Vale, perfecto.

Nos damos el último abrazo de despedida.
—Buenas noches mi niña.
—Hasta mañana Pablete.

Me voy yendo hacia mi casa. Saco el móvil y lo uso como un espejo para ver a Pablo sin girarme. No se ha movido de dónde lo he dejado y está mirando como me alejo. Decido mandarle un WhastApp.

"Pablete, no me mires el culo."
Aún no me he alejado demasiado y puedo oír la risa de Pablo.
"¿Pero cómo lo has sabido?"
"Jajajajajajajajajajajajajaja anda, hasta mañana gamberro."
"Buenas noches pequeña."

Entro en casa intentando no hacer ruido para no despertar a mis padres.
Estoy realmente enfadada con ellos. No me han ido a ver al show, no me han deseado suerte y me apuesto lo que sea a que mañana no me preguntarán que tal me fue. La situación en casa es complicada.
Me pongo el pijama, y me quedo observando a Caramelo, una vez más.
"Caramelo de Alborán", pienso. Ese fue el sabor de nuestro primer beso. Y sin quererlo, el pececillo ha estado presente ahí, solo por llamarse como el helado. Aunque también puede ser casualidad.
Me meto en la cama y me pongo a pensar.
Hago la valoración de cada día, es una buena costumbre.
Veamos: el show a salido estupendamente, y lo de después mejor todavía. Ahora sí que tengo claro que Pablo me quiere. Ha venido al show solo por mí, me ha traído en su coche y ya nos hemos besado.
Suspiro al recordarlo...
Soy la mujer más afortunada del mundo en este momento. Me siento querida, ilusionada de nuevo. Mi corazón estaba roto en pedazos por heridas del pasado y Pablo se ha empeñado en recomponerlo.
Miro la pantalla de mi móvil por última vez. Mensaje de Pablete.
"Te quiero."
Sonrío.

miércoles, 22 de agosto de 2012

10. Le quiero.

Tengo tantas cosas en la cabeza que no sé ni por dónde empezar. Pero no hay tiempo para pesar. Actuar; esa esa la palabra.
Tengo a Pablo detrás de mí, con la mirada perdida en el suelo. Ni siquiera se ha dado cuenta de que me he parado y dado la vuelta. Siento que le he hecho daño, que le he rechazado. No lo soporto más.
Le quiero. 

Avanzo de nuevo hacia él. Mis pies van decididos por el suelo. No hacen ruido, y Pablo sigue sin inmutarse. ¿Estaría tan perdido entre sus pensamiento como yo? ¿A quién habrá hecho caso él: al corazón, o a la razón? De pronto, tras un paso más hacia él, Pablo levanta la cabeza y mi mirada se encuentra con la suya. Todos los pensamientos que rondaban en mi cabeza se desvanecen. Ahora solo puedo pensar en el contacto frío, por el helado, de mis labios con los suyos.

Se queda mirando, perplejo, como avanzo hacia él, hacia sus besos. Normalmente, si no estuviéramos en esta situación, la otra persona me habría mirado de arriba a abajo, analizando cada detalle, pero él solo me miraba a los ojos.

Estamos a menos de un metro. Por cierto, mi helado de Caramelo de Alborán ha comenzado a derretirse en la tarrina.
Me acerco más, y más. Pablo no habla. Su respiración es tranquila y sosegada. Parece ausente, pero sé que está más vivo y atento que nunca.
Subo mi mano libre a la altura de su barbilla y le acaricio la mejilla. Deslizo mi mano hacia su nuca y entrelazo mis dedos en su pelo. Abarco los centímetros de distancia que quedan entre su boca y la mía inclinándome hacia delante. Ahora sí.

Le beso. Le beso con pasión. Un beso largo, intenso, romántico, como en las películas. Seguro que si alguien nos hubiese visto lo hubiera calificado como uno de los mejores besos de la historia. O al menos eso me parecía a mí.




9. Tus besos, la miel.

No quería separarme de él. ¿Significaba eso que me estaba enamorando? Sinceramente, siempre ha sido mi amor platónico pero nunca había llegado a más. Estaba confusa, pero era lo suficientemente madura como para hacer que no se me notase en absoluto.

Pablo aparcó el coche en frente de la heladería, que estaba a dos manzanas de mi casa.
Antes de bajar del coche nos miramos y sonreímos.
Caminamos juntos hasta la tienda. Pablo abre la puerta y extiende la mano, haciendo el típico gesto de "las damas primero".
—Gracias—Le sonrío.
Dentro olía estupendamente. Caramelo, café, nata, chocolate, menta, canela, vainilla... Aunque nada comparado con el olor fresco y perfumado que desprendía Pablo.
Era tarde, así que la tienda como era de esperar, estaba desierta.
—¿De qué le quieres?—Dice mirando todos los helados. Está tan cerca que el cristal que hay encima de los helados se empaña al contacto con su aliento.
Me quedo observando la escena. Niego con la cabeza. Aún no soy capaz de creérmelo.
—El de stracciatella está delicioso, pero hoy me voy a pedir el de Caramelo de Alborán, ¡a tu salud!—Me río.—En realidad es mi preferido.—Él levanta la vista de los helados para mirarme, y se ríe conmigo.
—¿Caramelo de Alborán? Suena muy bien, ¿no?
—Y sabe mejor. ¿Cuál vas a pedirte tú?
—Mmm...ese de flan tiene muy buena pinta.
—Es tu postre favorito, ¿verdad?
—Sí. En una entrevista me hice el interesante diciendo que eran las fresas con nata, pero no, es el flan. Soy así de simple.—Se ríe.

En ese momento entra el dependiente de la heladería por un pasillo que hay detrás del mostrador.

—Buenas noches, ¿qué desean?
—Hola, ¿nos pones dos helados, por favor? Uno de Caramelo de Alborán y otro de Flan.—Lo pide él.
—¿Cucurucho o tarrina?
Pablo me mira y me deja elegir a mí.
—Tarrina, por favor.—Decido, y Pablo vuelve a mirar al dependiente.
—Aquí tenéis.—Los deja encima del mostrador.

Pablo alarga los brazos y coge las dos tarrinas, una en cada mano.

—Cinco euros, por favor.
—¡Pago yo!—Dice Pablo, y me mira con cara triunfante.
—Si puedes...—Yo ya estoy metiendo las manos en los bolsillos para sacar mi cartera y pagar yo.
—¡No! ¡Marina, no! ¡Por favor, no vale!—Pablo se queja y pone cara de niño pequeño, mientras se mira el bolsillo del pantalón sin poder hacer nada porque tiene las manos ocupadas.
—¡Gané!—Le saco la lengua y me empiezo a reír.
El dependiente se ríe conmigo, y al final Pablo quita esa carita de pena para unirse a nuestra risa.
—Está bien...pero ni una vez más, ¿eh?—Me guiña un ojo.
—Sí, sí, lo que tu digas. Gracias.—Le digo al dependiente.
—A ustedes.
—Buenas noches—Dice Pablo, y salimos juntos de la heladería.

Esta vez soy yo quién le abre la puerta a él, que sigue sujetando las dos tarrinas de helado. Le hago una reverencia exagerándola para que pase, como me ha hecho él antes pero más grande, para picarle. Él suelta una carcajada.
Damos un par de pasos hacia la calle, pero nos paramos porque en realidad no tenemos hacia dónde ir.
—¿Me lo dejas probar?—Lo digo cuando ya casi estoy metiendo mi cucharilla en su helado.
—Sí, pero es mío.—Me lanza una mirada posesiva, pero la medio sonrisa que se le ha formado en la boca le delata.
—Tonto...
—¿Y de qué es el de Caramelo de Alborán? El nombre me gusta, me resulta familiar.
Me río.
—¿De verdad me lo preguntas? Fuiste tú quién hizo la receta.
—¿Si? Pues no lo recuerdo—Me sonríe, esperando a que se lo diga.
Yo meto la cucharilla en el helado y saco un trocito, para después comérmelo mientras vuelvo a clavar la cucharilla en el helado. Noto que se está fijando en mi boca.
—Canta conmigo.—Le sonrío— Besa, besa, besa, besa, besa, con un toque de ternura.—Pablo se sorprende, y me mira curioso—y roza mis labios con dulzura. Y me derrito en su boca, y sus ojillos me miran...
—Me vuelvo loco por ella...—Interviene él, cantando conmigo, clavando sus precioso ojos marrones en los míos.—Quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, que me regale su cintura. Amarrarla en mi barca y navegar, y que nos lleven los vientos, donde nos quieran llevar...
Cantamos ese trozo los dos a la vez, perfectamente acompasados, llevando el ritmo. Él da un paso hacia mí, y yo me quedo en silencio, sin respiración.
—Sabor a caramelo, te adoro, te anhelo...—Cada vez está más pegado a mí.—Sentir la pasión, me derrites con tu olor...

Canta despacio, casi susurrando, mientras yo sigo en silencio. Ya no lleva el ritmo de la canción. De hecho, en cada frase para y respira profundamente. Siento su aliento sobre mi cara.

—Sabor a café es el sabor de tu piel...
Baja un poco la cabeza.
—Tus labios canela...
Estamos tan cerca que mi nariz roza la suya.
—Y tus besos...
Cierro los ojos y me dejo llevar.
—La miel... —Termina, en un susurro casi inaudible.

Es entonces cuando sus labios rozan los míos. Es entonces cuando me besa. Es entonces cuando su lengua se entrelaza con la mía. Es entonces cuando solo soy capaz de escuchar nuestras respiraciones. Es entonces cuando un escalofrío me recorre toda la espalda, e incluso diría que me tiemblan un poco las piernas. Es entonces cuando me siento la mujer más afortunada del mundo.
Me separo lentamente y le miro a los ojos.
Espera. No.

—Pablo...yo...yo n-no...—Doy un paso hacia atrás. Y otro más, pero sigo mirándole a los ojos.
—Marina, Marina.—Doy otro más—Lo siento, perdóname. —Y otro—Marina, lo siento.

Me giro, miro hacia la calle y sigo andado. Doy grandes zancadas.
¿Cómo podía haberme besado? No podía. Es mi ídolo. Y le quiero. Pero...¿cómo ha pasado? No puedo dejar que mi ídolo se convierta en algo más, aunque en el fondo me esté muriendo de ganas.
No puedo. Pablo está demasiado ocupado como para llevar una relación estable, ¿y conmigo? Es imposible. Además, ¿Qué pensarían mis padres? ¿Y mi hermano? Él le odia por encima de todas las cosas y no sé de qué sería capaz si me ve con él. Me haría la vida imposible.
—Marina....—Oigo detrás de mí.
Me llevo la mano a los labios, donde hace unos segundos me ha besado.

Y finalmente, es entonces cuando dejo de lado a la razón para hacerle caso al corazón.

martes, 21 de agosto de 2012

8. Mi vida en tus labios.

En mi cabeza ronda una pregunta, y solo Pablo tiene la respuesta. ¿Qué ha visto en mí? ¿Por qué yo, y tan de repente? ¿Sin habernos visto más días? Aún así, esas preguntas quedan en segundo plano cuando piensas en que tal vez, Pablo me quiere. De todas formas, ha dicho que "cree" que me quiere. Ni él lo sabe.
Seguimos en silencio, con nuestras manos entrelazadas.
Ahora en la radio suena Te he echado de menos.
La reconozco en cuento escucho las dos primeras notas.
—¡Pablete! ¡Tú!
—No me lo puedo creer, has sabido qué canción era antes que yo.
—Es lo que tiene ser alboranista hasta la médula.—Le guiño un ojo— ¿Qué sientes cuando te escuchas en la radio?
—Pues aunque resulte extraño, me sorprendo cuando me escucho a mí mismo. Es una sensación de agradecimiento y de satisfacción...porque cada canción requiere su tiempo en el estudio, y cada una de ellas es una historia que os he contado.
Me quedo en silencio, intentando ponerme en su piel para saber realmente lo que siente.
"Han venido las estrellas a verme cargadas de risas y aplausos, se ha caído el cielo en mis manos y mi vida en tus labios."—Recito.
Pablo me mira sorprendido. Él escribió eso, dedicándonoslo a nosotros en uno de sus viajes a Latino américa. Con ella quería expresar lo que sentía cuando nos veía cantar sus canciones, pedacitos de su vida, de ahí "mi vida en tus labios".
—"Te he dado el amor de mis besos, el canto de un niño enjaulado. Me has dado la llave del alma y has abiertos tus brazos."
Prosigue él, bajando cada vez más la voz, casi susurrando.
—¿Siempre vas a tener las palabras exactas y precisas al hablar conmigo?—Me sonríe.
—Suelo pensar bastante las cosas antes de hablar, pero la verdad, contigo no me hace falta. Digo las cosas tal y como las siento.
Pablo asiente, como si estuviera convenciéndose a sí mismo de que así es como debía ser.
—Gira a la derecha—Le sonrío.
—¿Falta mucho?
—No, ya casi estamos.

En la radio, el Pablo inmutable que seguiría siendo joven para siempre seguía cantando, mientras el Pablo de verdad, el que ahora parecía mirarme queriendo formular una pregunta tarareaba la canción haciendo una segunda voz. 

—Me puede la curiosidad, ¿qué hiciste para que tus padres te prohibieran ir al concierto?
—Mi hermano me dijo que no sabía qué tenías de especial y yo te defendí. 
—Ah... gracias por la parte que me toca, pero... ¿y eso es malo?
—Bueno...digamos que subí un poco la voz. ¡Me quema que se meta contigo!
Pablo suelta una carcajada y yo le miro perpleja. ¿Qué es lo que le hace gracia?
—¿Por qué te ríes? ¡Me quedé sin verte!
—Porque estás preciosa cuando te enfadas. También me hace gracia que me defiendas de esa manera cuando no me conoces del todo.
Me sonrojo, pero intento que no se me note.
—¡Já! Y que lo diga alguien que ha subido a su coche a una completa desconocida... 
Pablo se empieza a reír, sabe que tengo razón. Tarda un poco en responder.
—Pues parece que te conozco de toda la vida. ¿Hacia donde voy ahora?
—Será mejor que me dejes a dos calles de mi casa, porque creo que a mis padres no les haría mucha gracia verme contigo, habiéndome prohibido ir al concierto. Además, ni siquiera les dirijo la palabra... No sé como lo haces, a tu familia y a ti se os ve tan unidos...
—Mi familia es lo mejor que tengo. La parte mala de la historia es que nos unimos a causa de la muerte de mi abuelo. Muchas veces me pregunto si...
—Si estaría orgulloso de ti. No lo dudes.—Le interrumpo.
Me sonríe y suspira.
—¿Donde te dejo?

Realmente no quería separarme de él. Y el cambio de expresión en la cara de Pablo a más triste decía que tampoco quería. No podíamos dejarnos de ver ahora, aún teníamos mil cosas de las que hablar, que compartir.


—Mira, ¡una heladería! ¿Te apetece?—Le sonrío. 

Se le iluminó la cara.
—¡Claro que sí, mi niña!